Memorias de un pescador octogenario
Pesca desde embarcación a remo. Años 50 en Torrevieja
El águila marina
A Fernando Gea y Federico Linares In memoriam.
En los años 50 se destacan otros muchos pescadores deportivos. Así tenemos a José Riera que en el 57 capturó un precioso rech o corvina de 21 kilos, Ramón Genovés, Ramón Blanco, Guillermo Bellod y otros pescadores locales a los que no llegué a conocer. Es el caso de Francisco Pérez Pareja, pescador torrevejense que en 1955 capturó lo que probablemente es un récord en su especie: un rech o corvina que pesó nada menos que 42 kg. y midió cerca de dos metros.
El último rech del que tengo noticias, fue capturado por Laureano Saura de Orihuela, pescando desde la escollera con una de las primeras cañas reforzadas de fibra, en Junio del año 1976. Pesó 34,500 Kg.
Ramón Blanco
Lo recuerdo como un pescador legendario…inalcanzable en sus hazañas pesqueras. Era más bien un solitario al que a menudo veíamos fondeado muy cerca de la bocana del puerto, frente al segundo noray, allá por los años 50. A veces le acompañaba otro pescador local al que llamaban Cristo.
Ramón era un hombre mas bien serio de carácter. Había sido cazador antes de dedicarse a la pesca. Su terreno de caza eran las lomas que hay alrededor de la torre del Moro. Dicha zona de monte bajo, ahora atestada de chalets y urbanizaciones, hace unos 50 o 60 años estaba totalmente deshabitada, y en los matorrales que la poblaban, criaba la perdiz, la liebre y el conejo.
Cuando iba a pescar, alquilaba un bote en la pequeña playa, muy cerca del Miramar, a un buen pescador de aquella época al que le faltaba una pierna, y al que, con una jocosa ironía popular, un tanto despiadada, se le conocía como “el bailarín.”
Ramón pescaba con” flucha”, aparejo formado por un fino cordel de cáñamo y camada que primitivamente era de la llamada “tripa”, obtenida por el estiramiento del cuerpo y los órganos sericígenos de gusanos de seda previamente tratados. La línea de nylon apareció entre nosotros como hemos dicho a finales de los años 40.
Consultando el magnífico álbum fotográfico de Manolo Guardiola, me quedé sorprendido al comprobar que desde el año l957 en el que Ramón pescó un formidable palometón de 25 kilos, hasta el 62 en el que capturó un enorme rech de 31, prácticamente todos los años cogía alguna pieza de mas de 25 kg. y todas dentro de nuestra entonces rica bahía. Cuando pescó este rech, Ramón tenía nada menos que 68 años. Era considerado en aquella época como "un fuera de serie”, siendo admirado por sus colegas de entonces. Fue padre y abuelo de otros grandes pescadores del Club Náutico de Torrevieja.
El llamado rech o reig es la corvina, y según la nomenclatura científica, se trata del Argirosomus regius, que quiere decir cuerpo de plata regio.
Antiguamente era frecuente ver corvinas en la antigua lonja del pescado pero, por desgracia, es una de las especies que ha desaparecido desde hace años de nuestro litoral. Las revistas de la especialidad refieren aún capturas frecuentes de la misma en aguas del estrecho.
Ramón Genovés y Antonio Pascual del Riquelme
Fue una gran persona y un gran pescador. Falleció en plena madurez por un accidente de tráfico. En sus últimos años se dedicó (junto con otro pescador, Roberto Balaguer), de una manera apasionada, tal como lo hicieran a la pesca deportiva, a otra clase de pesca. La que aquel Pescador del Mar de Galilea quería que ejercieran sus amigos hace casi 2000 años. “Yo os haré pescadores de hombresFue director de una escuela de Cursillos de Cristiandad que tanto bien espiritual hizo por aquella época y por los que pasamos un montón de gente de Torrevieja y Orihuela.
Ramón, pese a tener grandes amigos pescadores, era de ordinario otro solitario pescador que capturó, tal como lo hicieron Ramón Blanco, Bellod, Riera etc., los más grandes trofeos deportivos de aquellos años. Manolo Guardiola y Antonio Pascual del Riquelme fueron a veces sus únicos compañeros de pesca.
He seleccionado procedente también del archivo de Guardiola estas dos excepcionales pesqueras.
Pesca de un pez reja
Esta que cuento sucedió en el verano de l.958. Aquella mañana decidieron ir a pescar desde los roquedales de misma punta de Cabo Roig. Ya conocían el pesquero de otras veces y esperaban clavar algún déntol. Llevaban de cebo una cuantas sepias de 6 o 7 cm. Pescaban con un par de cañas de bambú, con carretes Luxor con una capacidad de 300 m. de línea del 45. Utilizaban también camadas del mismo grosor, con dos anzuelos, uno para sujetar por la punta la sepia y otro más grande clavado cerca de la cabeza. Por encima del quitavueltas pusieron un plomo corredizo no muy grande.
“Hacía poco que había amanecido cuando lanzan sus aparejos hacia una poza de unos cuantos metros de profundidad, que había cerca de la de la orilla. A continuación encajan la caña entre las piedras y dejan libre la línea, poniendo un papel de fumar pegado al sedal, entre las dos últimas anillas de la caña. Era aun muy temprano cuando Tono, sentado unos metros detrás de la caña ve que el papelillo se desliza rápidamente y empieza a salir línea primero lentamente y luego con gran rapidez. Coge la caña, y deja aún que salgan 20 o 30 metros, entonces, gradúa el freno y da un tirón. Y desde ese momento empieza una larga lucha en la que se alternan los dos amigos en su combate con aquel pescado. La faena duró dos horas y media hasta que poco a poco lo vencen y van aproximando al canto de las rocas.
Ya cerca, las grandes aletas de su cola cortan la superficie del mar viendo entonces su silueta alargada, por lo que uno de ellos dice ¡pero si es un tiburón...!. Tono aprieta un poco mas el freno, retrocede unos pasos con la caña hecha un arco y Genovés se mete en el agua y con ayuda de un gancho lo arrastra hasta las piedras. Están asombrados. Aunque sabían de su existencia, jamás habían cogido nada igual. Era lo que llaman aquí una reja, también llamado Guitarrón.
Un guardia del cuartel de Cabo Roig, (entonces con aspecto desolado y solitario), que había presenciado desde arriba la faena, les ayuda a subirlo por el acantilado y a meterlo dentro del coche. En la puerta de Guardiola se hicieron esa foto. La enorme “reja” pesó 17 kilos y medía casi dos metros, talla máxima conocida.”
El Guitarrón es muy raro de ver en el Mediterráneo y actualmente debe haber desaparecido de nuestras aguas litorales. Es pariente cercano del pez guitarra o violín, del que se diferencia por su quilla rostral algo diferente, y por su mayor tamaño.
Pesca de una mantellina
La otra no menos espectacular captura con la que aparece Genovés es una enorme Mantellina (una variedad de gigantesca raya), llamada también Manta o raya mariposa, a la que cortaron su pequeña cola porque lleva como el chucho un aguijón venenoso. Esta raya pesó nada menos que 39 kilos y tenía mas de dos metros de ancho por uno de largo. Fue capturada pescando en las playas de Lo Ferrís, utilizando también de cebo una pequeña sepia. En aguas americanas dicen que la raya mariposa alcanza hasta los 4 metros de envergadura, pero según los biólogos, esta de Genovés debió ser una de las mayores mantellinas capturadas en el Mediterráneo por un pescador deportivo.
La otra raya-manta, o pez diablo, más conocida a través de reportajes televisivos, tiene una forma diferente. Existe también en el Mediterráneo pero es menor que la variedad atlántica o gran pez diablo
Guillermo Bellod
Era un médico oriolano muy famoso, especialista en dermatología. Fue además un gran apasionado de la pesca deportiva. Le acompañaban a pescar a menudo sus hijos José M.ª y Guillermo, actualmente profesor de Bellas Artes en Valencia y pintor de fama dentro y fuera de España.
Don Guilermo era un hombre afable, con gran sentido del humor y muy habilidoso. Fue capaz de diseñar y fabricar, al lado de su propia consulta en Orihuela, una lancha a la que mas tarde dotaría de uno de los primeros motores fuera de borda que llegaron a Torrevieja.
Aquel día del mes de Julio de l.956, había salido de pesca con su hijo Guillermo en su pequeña lancha. Se fondearon cerca de la punta del puerto. Utilizaban además de las cañas valencianas, las fluchas ya descritas, que enrollaban en grandes panetas de corcho.
Calaron dos líneas con alachas encarnadas en grandes anzuelos empatillados con cable de acero, en busca de las choas que abundaban entonces en la bahía.
"Un tirón brutal hace salir toda la lienza que tienen adujada en la cubierta de su pequeña embarcación, y aunque tratan de frenarla, no tienen más remedio que soltar la gran paneta para que no rompa el sedal intermedio. Al principio ésta empieza a girar vertiginosamente en el agua hasta agotarse la línea. Luego ven que se hunde en el mar para aflorar al poco tiempo.
Guillermo y su hijo sueltan el bote del fondeo y empiezan a perseguir la paneta a la que no terminan de alcanzar. Llega un momento en el que están muy cerca y entonces Guillermo hijo, se tira al agua con un cuchillo de bucear en la cintura, alcanza la paneta y empieza a cobrar la lienza. Su padre logra coger entonces la paneta ayudándole a recoger línea.
El chaval llega hasta el pescado, un enorme palometón, que está ya muy agotado. Se abraza a él y le clava el cuchillo en un costado que ayuda a dominarlo. Pese a ello, aquel gran palometón aun fue capaz de sumergirse un par de metros hundiendo con él a Guillermo que no lo suelta. Nada rápidamente hacia arriba y por fin con ayuda de su padre lo meten en el barco." Aquel precioso animal, pesó 23 kilos.Pepe el Bollero
Había un pescador torrevejense que dominaba como pocos del arte de la pesca de la lubina, cosa que por otra parte no es nada fácil, dado el recelo natural de este precioso animal. Se trata de Pepe “el bollero”.
La técnica y utillaje de Pepe no podían ser más simples, pero tremendamente eficaces. Pescaba el llobarro preferentemente en las noches de primavera y verano. Utilizaba fluchas finas de nylon del 40 al 50, sin plomo, encarnando medias sardinas muy frescas o filetes de la misma, anguando muy a menudo con puñados de sardinas machacadas.
Pescaba desde un bote en las proximidades del talud, cerca de la escollera pero su sitio favorito era el muelle pesquero. Una vez caladas sus fluchas, les ataba en la línea un trocito de plástico blanco y fino, para poder ver correr el sedal en la noche y que éste saliera sin ofrecer resistencia alguna. Cuando el llobarro se llevaba la sardina en la boca, el plástico saltaba al agua. Es entonces cuando “el bollero”, con un buen tirón, clavaba uno tras otro.
Una mañana, mientras estábamos mar adentro esperando pacientemente la picada de un atún gigante, me contó lo siguiente:
“Aquella noche, mientras estaba calando mis fluchas, no hacía mas que pensar en mi chaval. Por eso me encontraba triste y decaído. Dentro de unos días iba a hacer mi hijo la Primera Comunión, y yo estaba atravesando un mal momento económico. Con sacrificio le había comprado ya su traje de marinero, pero para ese día y pese a la ilusión del chico, no podría invitar a los 30 o 40 amiguitos y compañeros de clase tal como queríamos los dos.
Con ilusión y esperanza había bajado al muelle por si un golpe de suerte me proporcionaba unos cuantos llobarros para venderlos directamente en algún restaurante.
La noche era clara ya que luna estaba casi llena. Hacía frío pese a estar ya a finales de mayo. Me encontraba solo en el muelle. Unicamente el guardia del puerto de vez en cuando se acercaba para preguntarme: -¡ Bollero! ¿Pican?.-
Hasta las dos de la mañana no se movió ningún trocico de plástico de las líneas. De pronto, uno de ellos se deslizó primero lentamente para volar materialmente en el aire a continuación. Cogí la línea y dejé que ésta resbalara unos metros entre mis dedos . Luego di un tirón muy medido para clavar. ¡Debía ser enorme! - pensé.
Poco a poco lo acerqué y tras varias salidas, frenadas con mucho tiento, dada la finura del aparejo, puse el pescado junto al muelle. Sujeté la línea con la mano izquierda y con la derecha metí en el salabre un “presioso” llobarro de más de 3 kilos.”
A partir de ese momento, las carreras de Pepe fueron continuas tratando de agarrar rápidamente las líneas y sus marcas blancas de plástico, que volaban una tras otra por encima del muelle. El guardia del puerto estaba asombrado. Un montón de lubinas entre uno y 3 kilos fueron subidas al muelle en un par de horas. Pepe estaba radiante pues sabía que con los llobarros aun coleteando que llenaban ya un saco, conseguiría dar una alegría a su hijo en el día de su Primera Comunión.
Y así fue. Aquel día, aparte de las alegrías y emociones propias del momento, hubo monas, dulces y chocolate para los amigos de su hijo e incluso para medio barrio.