Memorias de un pescador octogenario
La foto de la portada de los Valentines reproduce una buena pesquera. 50 atunes de 20 kilos, parte de los cuales estaban ya desembarcados en el muelle del Turbio. Aquel viejo muelle creado por Mínguez allá por el año 1.874.
La pesca deportiva del atún tiene sus raíces, como tantas otras pesqueras, en los métodos artesanales de pesca.
A comienzos de siglo, la familia Rojas tenía un barco a vela latina de 8 metros de eslora llamado “Los Valentines” con el que salían en el verano y otoño a la pesca del atún. Otro gran pescador de atunes de aquellos años fue Pepe Ruso “el Faraón”, que pescaba también junto a su hijo a bordo de “los Faraones”, barco que hoy descansa de sus aventuras marineras en el fondo del mar, cerca de la playa de la Mata.
Los Valentines era una de las embarcaciones llamadas “las enviás” o barcos auxiliares de “los parejones”. Estos barcos de arrastre, que faenaron a vela hasta el año 1.927, lo hacían en parejas para abrir más la red y tener mas potencia de arrastre.
Había un periodo de veda que afectaba a esta clase de pesca, que empezaba el 30 de Abril y terminaba el 7 de Septiembre, periodo ideal para permitir el desove de la mayoría de los peces bentónicos. Creo que “los antiguos” nos dan a todos actualmente, un buen ejemplo de “conservacionistas y ecológicos” ahora que se estilan tanto estas palabras e ideas, pero que por desgracia no siempre se llevan a la práctica.
Alguno de estos barcos se dedicaba entonces a la pesca del bonito con “volantas” en aguas africanas. Allá iban primero a vela, y luego, a partir de 1.927 como he dicho, con motores rudimentarios de menos de 50 C.V. Valentín Rojas, iba allí también, pero otros años pescaba el atún en aguas de Torrevieja.
A partir del 30 de abril, Valentín y otros empezaban a salir al mar a calarlas. Las panas se componían básicamente, de unas ramas de pino cuya finalidad era proporcionar abrigo a bancos de pequeños jureles que se cobijaban allá huyendo de los depredadores. Estas ramas, que flotaban en el agua junto a grandes planchas de corchos con banderolas, se fijaban al fondo mediante grandes pedrales y cabo de esparto unas 25 brazas más largo que la profundidad existente.
Calaban 50 o 60 formando lo que llamaban “andanones”. Lo hacían a unas 12 millas al 105º de Torrevieja. Curiosamente, en esas zonas señaladas por Valentín, los que nos dedicamos, muchos años después, a la pesca del atún con caña y carrete, los veíamos también con frecuencia allí... antes de que los atuneros de cerco comunitarios y los japoneses saquearan nuestros caladeros. Según me contó nuestro antiguo Presidente, Manolo Espinosa, también él había hecho esta pesquera con panas, que ellos calaban incluso frente al Cabo Cervera, en tan solo 15 metros de sonda.
Hacia mediados de mayo, ”Los Valentines” con su patrón, sus hijos y varios hombres, se hacían a la mar en la madrugada, a vela, aprovechando la brisa de tierra, y en unas 2 o 3 horas llegaban a la zona donde tenían caladas las panas. Para localizarlas les bastaban las señas ( enfilaciones) y si estas no se veían, con la ayuda de una sonda formada por una plomada y cordel, con el tiempo de navegación y el rumbo aproximado daban con ellas.
Al llegar, recorrían las panas para comprobar en donde se habían cobijado los cardúmenes de pequeños jureles y si había ya melvas o atunes cebándose con ellos. Porque al principio de la temporada era la melva la protagonista de sus pesqueras. Cogían un buen puñado de “jurelicos” con salabres y los mantenían vivos en baldes para servirles de cebo y anguado.
Procuraban mantener el pequeño banco de jureles abrigados al barco, despegándolos previamente de la pana, utilizando otro ramaje que llevaban amarrado en popa y lastrado al que llamaban “despoblador”. Con éste iban navegando despacio, con el banco de jureles ahora siguiéndoles, para que sirvieran de reclamo al atún.
No era raro entonces que se les metieran bajo del barco atunes de 20 o 30 kilos atraídos por los jureles vivos. A veces, lo hacían atunes enormes de mas de 100 Kilos.
Me contaba Valentín, que entonces los pescaban con lienzas o cordeles de cáñamo sujetos a varas todo a lo largo de ellas, que terminaban por un lado en un chicote recio anudado que servía de tope para la mano.
Por el otro había un corto aparejo cuya camada de línea de acero (de cuerdas de piano) tenía un gran anzuelo empatillado, cebado con jurel vivo pasado por entre los ojos. Una vez clavado el atún no les daban el menor cuartel, volteándolos hábilmente a bordo.
Cuando entraban los atunes gordos los tentaban igual, aguantando su embestida si era preciso entre 3 o 4 hombres, ya que lo que interesaba, era echarlos arriba lo antes posible para que el grupo de atunes que tenían a la vista, no se largaran. A la fuerza bruta y con ayuda de grandes bicheros los metían a bordo.
A veces, después de tanto bregar, tenían que volver a tierra, si había calma, con ayuda de 4 pares de remos hasta que el viento les fuera favorable
Pesca del atun con "filaero"
Cuando llevaban cierto tiempo en el agua, las ramas de pino se “ameraban” y tendían a hundirse por lo que las retiraban, dedicándose Valentín entonces, a otra modalidad de pesca del atún, esta vez con carnada muerta de un modo parecido a como lo hacemos en la actualidad. La diferencia es que ellos iban haciendo rastro navegando muy despacio, en vez de dejar el barco a la deriva como hacemos ahora.
Solo paraban cuando daban con el atún o lo intuían por el vuelo en picado de las gaviotas. Utilizaban un aparejo muy semejante al que emplean actualmente los pescadores artesanales de atún. Le llaman “caloma” o “filaero” Se componía de unos 200 m de lienza de cáñamo, adujada cuidadosamente en un capazo, con el chicote terminal saliendo por un lado para poder empalmar ahí, en un momento dado, otro cabo más grueso. La camada era también de línea de “ cuerda de piano”.
“Aquel lejano día “Los Valentines” se había hecho a la mar de noche, en busca de las luces de las traíñas donde pensaban adquirir sardina como cebo. Llegaron en el momento de estar haciendo el copo, con el banco de sardinas ya cercadas, brillando como plata viva dentro de la red a la luz intensa del carburo de las lámparas. Esperaron hasta que terminaran la faena y les cedieran un par de cajas de pescado.
“Están ahora cerca de las luces de la mamparra, cuando Valentín (que tenía entonces 10 o 12 años) ve, cerca del barco, un pequeño atún de 3 o 4 kilos. El chaval le dice al patrón:- ¡Padre, vamos a cogerlo! - Se alejan un poco del otro barco.
Todavía no ha amanecido y la mar, una vez apartados de las luces de la cercana traiña, tenía un color oscuro de tinta que no deja ver nada. A regañadientes, dado el pequeño tamaño del atún que ha visto el chico y que ahora no ven, tiran al agua una sardina enganchada en el gran anzuelo de su “caloma”.
A los pocos segundos notan una picada, dan un tirón para clavar e inmediatamente una fuerza increíble les quita de la mano la línea que sale del capazo a una velocidad asombrosa, ante lo cual amarran un cabo mas grueso en su extremo, antes de que se agoten los 200 m. de lienza del primer capazo. ¡Un atún gigante al que no han visto, ha mordido el cebo o el pequeño atún previamente clavado!
"Y entonces empieza una violenta lucha en la que unas veces pueden cobrar un poco de cabo y otras la fuerza bruta de aquel animal arrastra el barco al aguantar con firmeza el aparejo. Izan la vela para navegar hacia el atún tratando de cobrar algo de línea . En ocasiones lo consiguen para seguidamente sacarles de nuevo toda la lienza.
El tiempo pasa rápido, el sol está ya bien arriba del horizonte y la brisa del N.O los va acercando a la próxima isla de Tabarca. En un momento determinado el chaval le grita a su padre -¡que nos vamos contra las piedras!-. Valentín aborda con destreza un playón rocoso que existe por la parte sur de Tabarca y embarranca el bote a pocos metros de la orilla. El atún debe estar casi agotado ya que los tirones son menos violentos. Varios tripulantes se echan a la mar donde el agua les llega a la cintura. Los de abordo le pasan el aparejo y con él en las manos, aquellos alcanzan la orilla. Es desde allí cuando aquel increíble animal es definitivamente vencido y varado en tierra”.
Allí le cortaron la cabeza y destriparon, llevándolo luego a la Lonja de Santa Pola donde pesó en canal cerca de 200 kilos.
Aquel atún presentó una defensa increíble frente a gente curtida, fuerte y con experiencia en estos lances. Y es lo que hemos comentado alguna vez; que atunes con peso entre 180 y 250 kilos son enormemente fuertes y resistentes. A veces atunes de más peso, quizás por estar mas provistos de grasa, se han dejado abatir antes.
Marzo 2000. Reeditado en 2007
Las fotos antiguas, del gran fotógrafo Darblade, han sido cedidas amablemente por Paco Sala, cronista oficial de Torrevieja, procedentes de su archivo. Gracias por ello. Gracias también a los pescadores de este Club por su gentileza al prestarme sus fotos de atunes.