Publicado en Pesca a Bordo en el año 1997.
A mis viejos colegas: Seano , Rate y especialmente a Pepe Rodríguez, in memoriam.
Unos días antes de la prevista salida al mar, el aficionado intenta calmar su ansiedad consultando todos los mapas de tiempo que los distintos canales de televisión ponen a su alcance. Un colega ( Antonio Escudero) me decía: ¡Desengáñese D. Andrés, que la pesquera tiene mucho “desperdicio”! Se refería a las muchas circunstancias que dificultan o impiden la práctica de este deporte. La principal, claro está, el mal estado de la mar. Pero es que aunque esté buena, puede haber tal corriente que en vez de estar pescado al chambel, parezca que lo estemos al curri; o haber un boriazo tal, que impida ver a dos palmos de la gorra del patrón; o que el pescado no coma ese día porque se haya atiborrado ya la noche antes porque había “mucha luna”.
El sitio que elegimos aquel día, dista del puerto de Torrevieja, unas 9 millas ; se encuentra en una pequeña cordillera submarina y presenta dentro de ella, pequeñas rocas que sobresalen apenas del conjunto, uno o dos metros. El fondo es de cascajo y rocas fuertes, con la presencia de coralina y algunas gorgonias. Por todo ello esta libre del paso de los barcos de arrastre y también de los pequeños barcos dedicados al trasmalle. Siempre hay besugo en la zona, y al menos aquí, siempre se vuelve con algo en el capazo.
Habíamos invitado aquel día a los amigos del “María de las Nieves” compañeros en la pesca del gran atún.
Soltamos amarras. La mar está en calma, y el pronóstico del tiempo es bueno. Introducimos las coordenadas del destino en el G.P.S., y ponemos al “ Chambel” rumbo a las “Punchosas”.
Mientras navegamos, hay ya la alegría bulliciosa que precede a una jornada placentera de mar, rodeado de buenos amigos que comparten la misma pasión por la pesca. El blanco de las bromas de esta mañana es Pepe el mecánico al que vemos aparecer con una barba poblada que según el no se quita, hasta que entre de nuevo otro atún a bordo de su barco. La temporada pasada fue mala, y tal como sucedió a otros colegas de muchos barcos, tampoco él los probó.
Llegamos en algo menos de una hora. Hay aquí, 54 metros de profundidad; el piso es irregular en esta zona, detectando la sonda, encima del piso rocoso, en rojo, pequeñas manchas blancas correspondientes a gorgonias. Pronto aparecen las primeras manchas de pescado a 35 o 40 metros de agua a las que no hacemos demasiado caso, pues se trata casi seguro de bogas o de un pequeño banco de alachas o sardinas.
Marcando el pesquero Al encontrar con la sonda una zona más accidentada, con manchas de pescado que se elevan del fondo tan solo un par de metros, fondeamos una baliza.
Esta es muy simple pero enormemente práctica. Se le llama aquí en Torrevieja “rodaor”. Se trata de una botella de plástico en color rojo o amarillo (para que destaque bien en el azul del mar), en la que se enrolla una línea de nylon del 0,60 o del 0,70 en cantidad suficiente para que contenga un exceso de 4 o 5 metros por encima de la exigida por la profundidad existente. En el extremo lleva un plomo de medio kilo sujeto a la línea por un quitavueltas. Al soltarlo en la mar, gira la botella rapidísimamente ( de ahí su expresivo nombre), marcado así la localización del pescado. Si la corriente es intensa y pese a la poca resistencia de la línea de nylon al flujo del agua y de la rapidez en irse el plomo al fondo, el conjunto puede haberse desplazado algo.
Echamos el ancla. Rápidamente preparamos cañas y aparejos. Estos, con línea del 40, llevan 3 anzuelos del 2 o el 3, y plomadas de 150 gr. Como cebo utilizamos trozos de alacha o calamar.
Rate anuncia al mirar la sonda: ¡los tenemos bajo y hay a montones!
Se inicia la pesquera Pepe, que había lanzado el primero su aparejo al agua, dice: ¡están conmigo.- La puntera de su caña se inclina y vibra repetidamente. Da un tirón y clava. Pronto el alegre tamborileo del pescado en cubierta regocija a la tripulación. Ha cogido dos besugos de unos 100 gramos cada uno, que nos sirven de cebo para colocarlos en sendas cañas.
Estas, con línea del 60, llevan un terminal de acero forrado de nylon de unas 40 libras de fuerza y les ponemos además plomos de 200 gr para lanzarlos lejos de las otras cañas. Llevan anzuelos del 4/0. Se dejan en sendos cañeros en busca de piezas grandes. Estamos sobre un buen fondo y siempre hay depredadores en torno a los bancos de pescado.
-¡Esto no es besugo¡- dice Seano. Le observo; su cara se ilumina con una amplia sonrisa. Su caña se arquea y de vez en cuando suena la carraca del freno de su carrete. Cobra sedal de un modo continuo, doblándose repetidamente la puntera de su caña. Pronto tenemos al alcance del salabre un precioso pez de S. Pedro ( Zeus faber ) llamado gallo pedro localmente, que con su aleta dorsal desplegada, tiene un aspecto soberbio. Presenta una característica mancha oscura central en ambos costados, que según la leyenda fue donde S. Pedro apoyó sus dedos para cogerlo y extraer de su boca una pieza de oro para pagar, por orden de Cristo, el tributo al César.
Ahora es mi caña, la del cebo vivo, la que cabecea. Doy un tirón para clavar y ajusto el freno. La cedo luego a Pepe, sobrino del Seano. Es el más joven a bordo y le gustaría medirse con el bicho. Resulta ser un congrio de un par de kilos, que una vez arriba, pasa directamente al arcón del pescado.
La fiesta del besugo continúa. Cada vez son más grandes y los enganchamos a menudo de tres en tres y así da gusto sacarlos, sobretodo cuando se ponen de acuerdo para tirar los 3 a la vez hacia abajo.
Ahora es Rate el que anuncia que tiene clavado algo mejor en uno de los anzuelos de su caña. El pescado da cabezadas tras subidas cortas hacia arriba, por lo que sospecha que es un buen pargo. No se equivoca en el diagnóstico y pronto un ejemplar de alrededor de un kilo coletea a bordo con violencia. Ver bajo
Al poco, Pepe el mecánico anuncia- ¡ Este si que es gordo!- Su caña se arquea- Su cara seria se transforma y una sonrisa de oreja a oreja aparece. Expectación a bordo....
¡Tendrá lo menos 3 kilos! – opina Pepe. Preparo el salabre y lo meto en el agua esperando que aparezca el pescado. La corriente le gasta a Pepe una mala pasada, pues está desplazando la línea por debajo de la quilla. Al subir ya el terminal, uno de los anzuelos se engancha en un estabilizador del casco y se rompe el sedal. Por debajo del barco aparece el pescado ¡Es un tremendo pez de S. Pedro...! Se queda el bicho algo aturdido y al tener la vejiga natatoria distendida, no se hunde enseguida.
Aprovecho el instante para meterlo rápidamente en el salabre. Es muy grande- pesó cerca de 4 kilos- y presenta una bonita librea que desaparece en parte al morir.
Más tarde es una serviola y luego otro congrio los que se intercalan entre la abundante pesca de besugos.
En resumen, un jornada muy agradable, de buena mar, en la que reina la camaradería y en la que hemos gozado de los frutos que nos brinda la Naturaleza.
Es ya la hora de vuelta. De camino un reconfortante aperitivo y una llamada por teléfono casa anunciando nuestra hora de regreso.
No llevamos piezas espectaculares. Tampoco hemos tenido las intensas emociones de la pesca de altura, pero nos llevamos a casa un buen puñado de pescado y lo que es más importante, agradables recuerdos y sensaciones y las imágenes en nuestros ojos de los variados lances de pesca, del paisaje lejano de la costa, del vuelo de las aves marinas, del cielo azul y sobre todo de nuestra amada mar.