Publicado en Pesca a bordo en 1995.
Es mi propósito a través de este artículo, que fue publicado en Pesca a Bordo en 1995 (reeditado en la web en 2019,) contar una feliz experiencia de hace bastantes años, para explicar la técnica que seguimos en Torrevieja para esta clase de pesca. Por desgracia, hubo unos años que a causa sobre todo de la sobrepesca profesional con redes de cerco, el atún gigante estuvo a punto de esquilmarse pero afortunadamente, después de algunos años de restricciones y mayor control de su pesca, la población de atún rojo fue aumentando, encontrándolo incluso a veces a pocas millas de la costa,
Nota añadida en el 2023. Posteriormente, como es sabido el atún rojo merced a las limitaciones desde hace años, en su pesca, se ha regenerado satisfactoriamente .
Recuerdo con gran placer el amanecer de aquel día navegando rumbo al caladero, con una mar preciosa y en calma, que parecía prometer una jornada agradable rica en grandes emociones. La zona elegida (que nos fue señalada por los pescadores de sardina unos días antes), distaba unas pocas millas de Torrevieja y unas 4 de Guardamar. Muy cerca de los que llamamos Cul de Coves.
Cuando estábamos cerca, Federico mi hermano, su mujer, su hijo Tomás, y Luis Eizmendi, a bordo del “Le Mistral” que pescaban a media milla por tierra de nosotros, nos anunciaron por radio que habían clavado un gran atún con el que luchaban desde hacía un buen rato. La labor fue dura y muy prolongada, porque según nos dijeron después, el atún, (como luego sucedería con el nuestro), buscaba su defensa en aguas profundas y en la vertical del barco, con el consiguiente riesgo de perderlo al rozar la linea en la quilla, cosa que evitó hábilmente Tomás al mando, entonces, del " Le Mistral".
Después de una larga lucha lo pudieron acercar al barco. Allí con la ayuda, de dos grandes bicheros lo fijaron junto a la borda. Más tarde, al no poderlo izar a cubierta, lo remolcaron hasta el puerto.
Pero volvamos al relato de nuestra captura. Con ansiedad e ilusión y mientras nos acercábamos nosotros a la zona de pesca curricáneabamos con una Rapala Rh de 29 cm, ya que con ella y con la "Bonita"de 16 cm de Yozuri hemos conseguido clavadas espectaculares.
Íbamos tirando ya. alguna alacha por la borda para hacer rastro. Estábamos atentos a nuestra sonda por si veíamos la característica imagen del atún en forma de una v invertida , recortada y densa, visible a menudo entre 10 y 20 m de profundidad.
Detuvimos el barco y empezamos a brumear con regularidad, tirando trozos de alacha cada 20 0 30 segundos.
Seguíamos con la mirada los trozos de pescado que tirábamos al agua hasta que veíamos perderse sus plateados reflejos en las azules y cristalinas aguas del mar, por si percibíamos entonces la imagen fugaz de un atún atrapando nuestras alachas. El tiempo trascurría y aunque no habíamos visto nada, sospechábamos que allá abajo, habría algún atún atiborrándose de los 20 ó 25 kilos de carnada que ya habíamos arrojado por la borda.
Nuestro equipo de entonces lo formaba: la caña, una Pen International de 130 libras y un carrete Pen Senator 14/0, provisto de 550 m. monofilamento de 1,5 mm de diámetro.
Usábamos un gran anzuelo del 12/0, empatado en un terminal de 5 m. de sedal de 2 mm. Otras veces utilizamos terminales del 150 forrados - como hacen en Gandía- con 5 o 6 cm de dacrón pintado en rojo para que parezca un hilillo de sangre desprendido del cebo. Actualmente pescamos con carrete Penn de 130. STV en la caña Intenational Pen.
Llevamos además otra caña: una Italcanna de 80 libras con carrete Everol 10 /0, siendo nuestra línea monofilamento moderno de 1´40 mm. Nuestro cebo era, aquel día, una salpa de 200 gr. que encarnábamos por el lomo un poco detrás de la cabeza.
Paramos a unos 30 metros a sotavento del barco de unos amigos que acababan de llamarnos por radio. Al poco vimos los atunes ¡Uno de ellos era gigantesco!
Echamos la salpa al agua y dejamos ir 15 o 20 metros de línea. El carrete estaba ajustado previamente para que empezara a salir a una presión de 18 kilos, esperando todos nosotros con ansiedad, con nuestros corazones ya desbocados, la picada de uno de aquellos monstruos. Rate se puso en la silla de combate y yo lo hice frente al cuadro de mando para arrancar el motor y separarme del otro barco rápidamente si se producía la picada. No queríamos brumear ya. Si los atunes aún tenían hambre se tendrían que tragar nuestra salpa.
¡A los 5 minutos escasos la chicharra del carrete empezó a cantar con estridencia y la dura caña se curvó hacia el agua! -¡Ya lo tenemos!- gritó Rate. -¡Arranca rápido!
Encendí el motor y di atrás rápidamente para evitar que la línea pasase por debajo del barco de Seano, ya que el atún se dirigía mar adentro buscando aguas profundas. La salida de línea era rapidísima pese a que el barco avanzaba empopado hacia el atún y el freno ofrecía una resistencia continuada de 18 kilos.
Rate frenó un poco un poco más el carrete hasta una marca que llevábamos en el freno de estrella para no sobrepasar los 25 kilos. ¡El atún había sacado en su primera carrera más de 400 m.! Sabíamos la cantidad de línea que había en el agua, porque cada cien metros teníamos una marca de color siguiendo el orden de los colores del arco iris y habían salido ya el rojo de los 50 metros, el anaranjado, el amarillo y el verde, teniendo ya la franja azulada de los 450 m de línea próxima a salir.
Poco después el atún aminoró su loca carrera y entonces tomé yo el relevo. Intenté entonces cobrar línea “bombeando”. Levanté con gran esfuerzo la caña hasta la vertical y luego, al inclinarla hacia adelante, viré la manivela del carrete lo más rápidamente posible. Rate detuvo entonces el barco para ofrecer más resistencia al atún para lograr su cansancio. El “Chambel” era sensiblemente arrastrado poco a poco mar adentro.
Cortesía entre colegas. Llamamos al “María de las Nieves” (el barco que amablemente nos había llamado), invitando a Seano su patrón, a subir a bordo para compartir con nosotros las emociones que nos esperaban. El atún estaba en ese momento a mas de 300 m de nuestro barco por lo que pudo acercarse el otro barco, sin riesgo Así lo hizo y su compañero alejó luego el "María de las Nieves" de nosotros.
Le expliqué brevemente a Seano, el patrón del "María de las Nieves", la técnica que seguimos ya que él habitualmente pescaba con línea de mano. Es muy simple. Salvo casos puntuales no tocamos el freno del carrete.
Se trata de cobrar línea, cuando ello sea posible, “bombeando”. Le explicamos cómo se hace y también que es necesario que, al tiempo que recoge se sedal, con el pulgar de la mano izquierda, la que está aguantando la caña, debía tratar de repartir la línea en el tambor del carrete para que no se acumule en el centro y haya problemas cuando el carrete esté lleno. Le indiqué también que debía dirigir la puntera siempre hacia el pescado girando la silla y por último que debería siempre mantener la presión cobrando línea rápidamente cuando el atún cambie de dirección y se dirija hacia el barco ya que entonces podría saltar el anzuelo si este ha hecho holgura en la boca del atún. Rate de todos modos daba cortas arrancadas para mantener el atún en popa, o aceleraba incluso bruscamente para mantener la línea en tensión cuando el pescado venía hacia nosotros.
El atún aún estaba lejos y la línea se hundía oblicuamente en la mar. Seano poco a poco acercaba el atún cobrando más de 100 metros de línea. Llevábamos ya cerca de una hora de lucha y parecía que el animal se iba cansando.
De pronto, hizo una segunda salida que arqueó la sólida puntera de la caña que tocó ahora casi la superficie del mar, en tanto que el carrete chirriaba y perdía en unos pocos segundos más de 150 metros de sedal. Toqué el carrete. Quemaba en el sentido literal de la palabra. Le eché poco a poco media botella de agua dulce que logró enfriarlo. Paco Seano, sudoroso, pidió también un trago y un remojón de agua en su cabeza
Volvímos a poner el freno en su posición inicial de 18 kilos, al recordar en ese momento, que cuando queda menos de un tercio de línea en el tambor, las tensiones sobre el sedal se incrementan peligrosamente por dos razones. Una, por la fricción de los 400 metros de línea en el agua. El otro motivo es porque, para que salga un tramo determinado de sedal de un tambor casi vacío, este tiene que girar más velozmente. Ello lleva consigo, que el frenado se incremente si el atún mantiene la misma velocidad. Se comprenden así roturas inexplicables con líneas en buen estado y carretes con frenos ajustados. Sabíamos lo quenos restaba de línea ya que cada 50 metros el dacrón esta tintado como he dicho con uno de los colores del arco iris y el tramo final de 50 m lo precedía una gran marca roja
Me puse entonces, de nuevo en la silla de combate. Siempre lo hacemos así - aunque no sigamos precisamente lo indicado por la I.G.F.A-. Nos turnamos en el apasionante trabajo de vencer al atún.
No hay por desgracia muchas ocasiones para ello y preferimos compartir todos las mismas emociones con cada atún, por si no se repiten las oportunidades hasta el año siguiente.
Logré acercarlo aparentemente con más facilidad. El atún daba cortas salidas de 30 o 40 metros que yo recobraba con esfuerzo.
¡Era realmente emocionante el combate! Siempre había el temor de que se soltase el atún y sobre todo de que lo perdiéramos al acercarlo al barco si no llegaba casi muerto.
Llevamos una transmisión “de cola” y esta se hunde por debajo del casco más de 70 cm. Un roce de la línea con ella o con el caracolillo del casco, suponía la rotura inmediata. Todo ello generaba un conjunto de sensaciones contradictorias. Gozo, temor a perder el atún, sufrimiento físico por la paliza que nos estaba dando, ilusión, esperanza...
La marca de los 150 metros estaba ya dentro del carrete. ¡Llevábamos dos horas y media y aún no habíamos logrado ver cual de los atunes habíamos clavado!
Hablamos en ese momento sobre el cometido de cada uno para los momentos finales.
¡En este instante ”Le Mistral” anunció por radio que tras 4 horas de lucha acababa de ganchear un enorme atún y que al no poderlo izar, lo remolcaba despacio hasta el puerto!
Me puse de nuevo al timón. El motor seguía encendido pero estábamos detenidos. La faena se prolongaría aún otras dos horas en las que se turnarían Otón, Rate y el Seano.
Poco después la marca roja de la línea estaba ya dentro del carrete. Fue entonces cuando vimos allá abajo y a unos 30 metros detrás, los plateados reflejos del atún. Estaba cansado navegando hondo con dirección hacia el barco
-¡Arranca rápido que se nos mete debajo- me gritó Rate. Aceleré bruscamente y lo dejé detrás. El atún buscó de nuevo la posición de antes por lo que yo debía estar muy atento a las indicaciones de los de popa. El animal estaba en ese momento, casi en la vertical del barco y a mis compañeros resultaba imposible hacerlo subir más. Entonces lo divisamos con claridad. ¡Era enorme y precioso!
Intentamos una maniobra que tras un par de intentos nos dio resultado. Aflojaron momentáneamente un poco el freno para no forzar el aparejo ni hacer “ojal” en la boca del atún con el anzuelo; al mismo tiempo dí avante rápido y me alejé de nuevo del atún, parando poco después.
Así, una vez colocado el freno en su posición inicial, nos resultó más fácil elevarlo “ en plano inclinado” que desde la vertical. Por fin lo hicimos subir viendo su costado y como daba los giros que acostumbra cuando está vencido.
Los ganchos estaban listos y amarrados sus cabos uno a cada lado de la popa. Seano cobraba con fuerza con la caña y Rate por fin cogió el terminal. Se aflojó algo el freno del carrete para prevenir roturas si el animal daba aún una arrancada hacia debajo del barco. El atún se dejaba ya arrastrar.
Corrí a popa y cogí el largo bichero de casi tres metros clavándole con fuerza el gran gancho por detrás de las agallas. Se produjo entonces una explosión de agua y espuma al golpear en la superficie la poderosa cola de atún. Paco le clavó un segundo gancho donde pudo.
Sacamos luego su cabeza fuera del agua y amarramos cortos los cabos de los ganchos. No sin dificultad pasamos un lazo de seguridad por la cola del atún
Fue entonces cuando la alegría estalló a bordo y nos abrazamos y brincamos como críos ¡Lo habíamos conseguido!
Instalamos nuestra grúa portátil que tan buen servicio nos había prestado en otras ocasiones, ya que el "Chambel" no dispone de portezuela en la popa. Por seguridad y para ayudarlo a subir, mantuvimos el lazo en la cola. Con dificultad lo fuimos elevando. De pronto la anilla de hierro que sujetaba la polea se partió y con un gran estrépito el atún cayó al agua.
No tuvimos más remedio que remolcarlo al puerto donde llegamos al atardecer En el muelle nos encontramos aún al "Mistral". Habían tenido dificultad con la grúa y estaban izando en ese momento el atún al muelle. ¡Era enorme!
Las dos tripulaciones se abrazaron con júbilo. Ambos barcos habían tenido una gran suerte. Los atunes pesaron 250 y 205 kilos.