Publicado en Pesca a Bordo en noviembre de 2002.
Aquel día de agosto queríamos hacer una breve jornada de pesca, de 3 ó 4 horas huyendo del abrasador sol de las horas centrales del día. Por ello un poco antes de amanecer nos dirigimos a un lugar, no muy lejos del puerto donde durante los meses invernales, se habían refugiado cientos de pequeñas doradas que se habían escapado de las jaulas de engorde de una piscifactoría cercana. Sabíamos que eran de ésta, pues tal como se ve en la foto sus características anatómicas difieren de las doradas salvajes.
Las aletas caudales de las de piscifactoría (arriba a la izquierda), están desgastadas por el roce en las mallas de la jaula, su lomo es mas curvo y tienen una mancha oscura en el opérculo mucho mas acusada que la dorada salvaje. A la derecha, dorada salvaje. Es mas estilizada que la de piscifactoría y en ella es mas patente la mancha rojiza del opérculo.
Aquel día no capturamos ninguna pero en cambio nos vimos agradablemente sorprendidos por la presencia inusitada de un banco de roncadores de un tamaño mas grande de lo común, que entraban con decisión a los trocitos de halacha con la que cebábamos nuestros anzuelos. Su brava defensa, la utilización de cañas ligeras y aparejos finos y el hecho de enganchar a menudo dos o 3 ejemplares a la vez, aseguraron una franca diversión durante dos o 3 horas.
Deduje posteriormente, al limpiar el pescado en casa, que se habían agrupado para frezar. La hembras con sus vientres repletos de hueva pesaban unos 300 gr. y medían de 28 a 30 cm . calculándoles unos 7 a 8 años de edad. En cambio los machos, a los que apretando recién cogidos su vientre, soltaban esperma, eran de un tamaño de 20 a 22 cm , con un peso de unos 100 a 180 gr. teniendo una edad aproximada de 4 o 5 años.
Arriba Un buen rancho de roncadores (Foto Felipe y Barbara Luzón)
A lo largo de los años he podido comprobar que multitud de especies a menudo solitarias o que viven el resto del año en pequeños grupos se reúnen en sitios puntuales para frezar. Así lo hacen la seriolas adultas, los dentones, las samas o los cabrachos, que aunque de ordinario cazan y viven aisladamente, se reúnen para la freza en torno a barcos hundidos o en enclaves rocosos ricos en gorgonias de aguas más profundas.
Siempre cuando pescamos en estas profundidades de 20 o 26 m . que en verano frecuentan las sorelas ( Decapterus ronchus ) y las palominas (Traquinotus ovatus), ponemos una bolsa de angüado (hecho a base de alachas picadas, arena y pan) al costado del barco, para que su olor y las partículas desprendidas atraigan a aquellos.
Nuestra sorpresa fue la aparición casi en superficie de un banco de bogas tremendamente activas que se movían excitadas bajo la nube de arena y pan desprendida del anguado. Pero es que además, al poco, teníamos al costado del barco un confiado, hambriento y oscuro chucho que de vez en cuando daba mordiscos en la bolsa de anguado que se agitaba en la superficie movida por las olas. Pese a nuestro deseo de dejarlo en paz, fue inevitable que fuera prendida en una de nuestros aparejos, el de César. Es asombrosa la potencia de las finas cañas de grafito actuales. En esta ocasión una Italcanna de 5 metros . Con una facilidad pasmosa César dominó a este potente bicho que tendría mas de 5 kilos.
Ya en cubierta, con cuidado, hurtando los dedos a la amenaza del punzón venenoso de su cola, le desprendimos el anzuelo y con ayuda del mismo salabre lo devolvimos al agua.
Recordé en ese momento que a finales de agosto , en este enclave habíamos clavado, otros años, algunas seriolas de tamaño mediano por lo que preparé una caña con aparejo fino ( del 0,35 y sin plomo), y encarné un sardina pequeña lanzándola lejos huyendo del acoso de las voraces bogas. Al poco un gran tirón arqueba la fina caña,. Tras una bonita faena pudimos salabrar una seriola de poco mas de kilo.