Año 1996.Ya en el área de pesca, dejamos el barco a la deriva y empezamos a "anguar" tirando trozos de alacha, cada 20 o 30 segundos y dejando, en el costado del barco, un malla de red con alachas machacadas para ir haciendo rastro.
Una vez atraído el atún a las proximidades del barco, ¿cómo convencerle de que pique? Este es fundamentalmente el aspecto que quiero considerar de esta emocionante pesca.
Todos los que a esto nos hemos dedicado, hemos vivido horas de emoción y ansiedad viendo a pocos metros del barco ejemplares de 2 ó 3 metros de largo, gordos como barriles, comiendo tranquilamente las sardinas o alachas que les dejamos caer, pero “pasando” de nuestro cebo anzuelado.
A veces todo es muy simple. En el transcurso de una apacible espera, en esa ilusionada jornada de pesca, sin sospechar siquiera la presencia del atún, de pronto un carretazo increíble nos saca, a los que no estábamos de guardia con el anguado, de nuestra dulce modorra, o corta de golpe la sinfonía de ronquidos de otros tripulantes, música de fondo casi obligada en esta clase de pesca, como consecuencia de la prolongada inactividad y del madrugón.
Otras veces es incluso igual de fácil conseguir la picada. Hemos visto el atún en superficie cebándose o saltando atropelladamente en las fechas de la freza; nos hemos puesto por delante del camino que parecían llevar; hemos parado el barco lanzando la línea de la caña con una buena caballa o salpa prendidas de un anzuelo Mustad 12/0, y a los pocos minutos ha sonado la música celeste de nuestro Penn International, que nos ha puesto el corazón al compás de las revoluciones del carrete.
En otras ocasiones, navegando despacio en la zona de pesca, hemos comprobado la presencia del atún en la sonda (frecuentemente entre los 10 y 30 metros), indicada (según el modelo del aparato) por las características marcas gruesas aisladas en la pantalla, los dientes de sierra, líneas ascendentes o las uves invertidas de color azul e incluso rojo. Normalmente, entonces, disminuimos la marcha avanzando un poco a barlovento, para luego parar y calar la caña. Al poco, nos ha sorprendido el chirriar del carrete y su vertiginoso giro soltando línea, al tiempo que la puntera de la caña parecía buscar espasmódicamente la superficie del mar.
Pero otras mucha veces, tras la siempre emocionante aparición en superficie y a pocos metros del barco, del atún, atraído por nuestro rastro de sardinas, da comienzo la a menudo larga faena de convencerle de que nuestro cebo es igual o más apetecible que los trozos de alacha de las que se está atiborrando.
Si tenemos la suerte de atraer a varios a la vez (hemos llegado a tener bajo la quilla 6 ó 7 comiendo sin parar), entonces lo tendremos más fácil. Se comportan como otros depredadores disputándose la comida fácilmente disponible.
Después de estar pescando el atún unos cuantos años y de hablar del tema con decenas de profesionales y deportivos, he llegado a la conclusión de que no hay ningún cebo definitivamente superior a los demás. Está claro que un cebo vivo, especialmente de los que habitualmente se nutre, como caballas, bogas, jureles o incluso lisas o salpas (con las que hemos tenido experiencias satisfactorias), es más tentador que un cebo muerto. Pero incluso aquellos tampoco son infalibles. A veces, hemos visto salir el atún de debajo del barco, dirigirse sin apresurarse a una hermosa salpa viva enganchada por su lomo de nuestro anzuelo y unos centímetros antes de llegar, lo hemos visto girar suavemente despreciándola, a pesar de que la alocada salpa, presa del pánico, parecía inducir el ataque de este magnífico depredador.
En cuanto a cebo muerto, hemos tenido prácticamente igual frecuencia de picadas con caballa y alacha. Hemos visto, además, tragarse incluso un hermoso serrano pescado minutos antes y despreciar una reluciente caballa que se hundía poco a poco en el azul.
Creo, pues, que el atún es capaz de comer cualquier animal marino pelágico, como los citados anteriormente, o bentónico, como ochavos, capellanes, cangrejos, etc. Aunque parezca increíble, en el estómago de uno de los atunes destripados en cubierta por un profesional apareció una lata pequeña y brillante de atún, con la que el colega había almorzado hacía unos minutos. La había arrojado al mar al compás de los también brillantes trozos de alacha y el atún se equivocó. Esta es la clave: se trata de “confundirlo”, pues él sabe de ordinario qué carnada está libre y cuál lleva el anzuelo.
Para hacerlo picar tenemos a nuestro favor su apetito casi insaciable. El atún necesita comer todo el día. Su obligada movilidad (no puede respirar sin nadar) y, sobre todo, su especial metabolismo distinto al de los demás peces, así lo exigen.
Deberemos, pues, disponer de mucha carnada. Hemos visto alguna vez con desesperación cómo algún atún se ha zampado sin picar las dos cajas de alacha que teníamos a bordo, comprobando luego cómo volvía al barco a por más, como si aquello hubiese sido un simple aperitivo.
En el año 96, a unas 20 millas de Cabo de Palos y en fechas tan tempranas como finales de febrero, (probablemente se trataba de atún autóctono de Mediterraneo), operaron más de 30 barcos dedicados a la pesca artesanal del atún, consiguiendo cientos de capturas. Utilizaban el mismo sistema de pesca a la deriva.
Eso sí, disponían cada uno de al menos 70 u 80 kilos de alacha como anguado y alguna caja de caballas o bogas como cebo. En esas fechas comprobé que la temperatura superficial del agua era de 13´5º C; por ello quizás no se vieron nunca en superficie. Los profesionales utilizaban 3 ó 4 o más filaeros plomados para pescar en 20-30 y 40 brazas y alguno más en superficie.
Sabemos que el atún asciende poco a poco para buscar la fuente de donde parten las alachas, pero hay veces que, sea por la temperatura a un nivel determinado, o por las corrientes o el diferente grado de salinidad en ellas (se ha descrito el atún como estenotermo y estenohalino) se mantienen a una profundidad determinada y hay que buscarlos allí.
Por lo menos en esa zona donde los pescaban ( a 24 millas de la costa con fondos de mas 200 m. y en pleno invierno) ellos obtenían más resultados pescando el atún en profundidad, que nosotros intentándolo en aguas superficiales.
Sorprende al principiante el comportamiento del atún seguro de sí mismo y su comer pausado, haciéndolo una y otra vez al lado del barco, tomando casi de la mano los trozos de carnada que se le brindan. Pero eso sí, no es tonto, ya que ve nuestra línea y diferencia la carnada libre de la anzuelada, aunque a veces, por fortuna, se equivoca.
Nosotros, cuando estamos convencidos de que no quiere comer el cebo que llevamos a la deriva, a 40 ó 50 metros del barco, empezamos a tentar al atún de otro modo. Quizás, de entrada vale la pena cambiar la carnada a la que se ha acostumbrado a ver con su línea y anzuelo. Para algunos colegas, va fenomenal el esconder el anzuelo en un buen calamar fresco.
Nosotros lo hacemos a veces con dos alachas adosadas trabadas por el anzuelo. Éste se introduce por las agallasde una sacando su punta por la boca. De nuevo, la punta del anzuelo se mete por las agallas de la segunda alacha y se saca en torno a la boca. Otra técnica consiste en retirar la línea del agua y ofrecer sucesivamente tres caballas libres a un ritmo determinado conforme las va tomando. La cuarta va con el anzuelo.
Otro modo que a muchos colegas les da resultado, y a nosotros alguna vez, es parar de anguar y, estando el atún a la vista, recoger y tirar sucesivamente el cebo con anzuelo, dejando que se hunda unos pocos metros libremente.
Otro, el brindar este cebo entre una nube de pequeños trozos de alacha.
Recuerdo un atún que debía saber latín, con el que habíamos probado todos los procedimientos anteriores y algunos más. Se dirigía al cebo una y otra vez, pero antes de tomarlo daba la vuelta. Nos dimos cuenta de que siempre hacía lo mismo: ascendía de debajo del barco, a cuya sombra tenía querencia, tragaba su trozo de alacha y giraba suavemente para pasar al otro lado del barco. Empezamos tirando sólo algún trozo suelto de alacha hasta verlo hacer una vez más esa maniobra y entonces, cuando lo vimos ascender con su boca abierta ya en busca del trozo, dejamos caer nuestro cebo junto a él. En esa ocasión se equivocó, no teniendo tiempo más que de tragar limpiamente nuestro anzuelo.
Otro procedimiento más laborioso, nos ha facilitado 3 ó picadas de otros tantos suspicaces atunes.
Se basa en la misma técnica que empleamos con el atún pequeño: se le ofrece el cebo al atún con ayuda de una caña de 4 ó 5 metros conectada al terminal de nuestra Penn Internacional; se hace brincar el cebo con la caña auxiliar encima del agua, algo más alejado del barco.; da así la sensación de un pez herido debatiéndose en superficie. Por otra parte, el atún no ve en el agua la línea gruesa de nuestro terminal, y apenas el anzuelo.
Pese a todos estos esfuerzos imaginativos, veremos a veces cómo el atún se come alegremente nuestras reservas de alacha y se larga luego, quizás a otro barco, a pedir más.
Todo ello, y pese a que no siempre logremos la picada, constituye un aliciente más en el enfrentamiento entre la inteligencia y la habilidad -el arte, en una palabra- del pescador y el instinto de este poderoso y ansiado animal. Pero las más de las veces, con nuestra proverbial paciencia y ese arte al que aludía, lograremos prenderlo, empezando entonces a vivir toda una serie de emociones inolvidables.
Bajo, otro atún conseguido a bordo de la embarcación NAVARRO.