Hace ya muchos años que mi afición me impulsó a dejar poco a poco la pesca desde tierra, para adentrarme en la mar buscando otros horizontes en este deporte y otras nuevas sensaciones.
Recuerdo de aquellas primeras salidas, mi asombro y admiración por esos pescadores artesanales de nuestra tierra, por su arte y maestría en el oficio.
Por una modesta aportación económica nos cedían un espacio en sus pequeñas embarcaciones dotadas de motores rudimentarios de dos tiempos. Para arrancar alguno de ellos era preciso previamente, poner al rojo con un pequeño soplete el bulbo situado en la culata, para producir así el encendido y luego dar con fuerza unas vueltas al volante. Siempre había, al menos para nosotros, y especialmente a la hora de volver a tierra, la inquietud de si “aquello” se iba a poner en marcha o no. No disponían de sonda, solo la formada por un cordel y una plomada. Tampoco tenían radioemisora y por supuesto no existía aun Loran ni G.P.S. para localizar los sitios de pesca.
Por no llevar, alguno ni tenía a bordo siquiera el compás, o al menos yo nunca vi que se sirvieran de él, en las pequeñas embarcaciones que alquilábamos.
La escasez de medios la suplían con su conocimiento de la mar y del tiempo, del fondo marino y de las querencias de los peces. Todo ello hacía que incluso en los días con niebla en los que no se veían las “señas”, fueran capaces, por el tiempo de navegación y rumbo aproximado (TOMADO EN CÓMO CAÍA LA MAR A LA SALIDA DEL PUERTO), de llevarnos certeramente a roquedales submarinos entonces bien poblados de peces. Para nuestro asombro, vaticinaban incluso las especies que íbamos a encontrar allí.
Era de todos modos, una sorpresa, el ver aparecer poco a poco, conforme la iba subiendo a través de la masa cristalina del agua, esa pieza insospechada y muchas veces aún desconocida para mi. Sentía en los dedos que sujetaban la línea del volantín, inicialmente, los tirones y coletazos con los que se debatía el pez allá abajo. Luego, veía su silueta y destellos plateados desdibujados en el azul de la profundidad marina, haciéndose seguidamente cada vez mas nítidos el colorido y forma del pez, a medida que lo subía hacia la superficie, hasta que por fin sentía entre mis manos esa criatura palpitante del fondo del mar. A veces eran y son verdaderas joyas moldeadas por la milenaria evolución natural, pero acabadas en su perfección, para mi de un modo indudable, según el diseño del Creador.
Aparte de la abundancia de capturas con relación a la pesca desde tierra y del multicolor resultado de variados peces llenando los cestos, recuerdo sobre todo las nuevas sensaciones al ponernos en contacto con ese horizonte marino tantas veces ansiado desde tierra. El contemplar otras aves, como pardelas, alcatraces, paíños a las que poco a poco fuimos identificando, el ver el colorido cambiante de la mar, el paisaje de la tierra cercana en los días claros, el gozoso encuentro con los juguetones delfines a veces agrupados por delante de la roda del barco, el sabor de aventura que entonces tenían esas salidas al mar etc. etc. Todo ello fueron motivos suficientes para engancharme para siempre en esta modalidad de pesca deportiva.La historia que cuento ocurrión en uno de los enclaves del "Pollita" a bordo del EDMUNDO RAMON
El día de la chirriola
Aun hoy después de tantos años de afición y de amor a la mar, la noche que precede a una salida de pesca, somos aún muchos los que nos cuesta conciliar el sueño víctimas ahora de la ilusión e impaciencia. Así me sucedió ese día....
El "Chambel dos" llevaba una nueva y joven tripulación. José Sebastián dueño de una Tailor con la que se había hecho gran conocedor de los fondos cercanos a la costa. A Manolo Ruiz, el otro tripulante, su afición a la mar le venía a través de sus experiencias como pescador submarino.
A pesar de la diferencia de edades, nos unía a todos esa ilusión por la pesca que hace que los demás días de la semana con sus afanes y preocupaciones sean a menudo un “trámite necesario” antes de otra jornada de pesca.
Llevábamos pequeñas gambas vivas y cangrejos ermitaños como cebo para el pagel y vidriadas, y alacha y calamar congelado por si probábamos luego a pescar en una piedra en busca de pargos o besugos. Días antes Jose a bordo de su pequeña embarcación había conseguido uno de los primeros puestos en un concurso de pesca del pagel organizado por el Club logrando un montón de doradas y pageles rondando el kilo. Así pues decidimos probar suerte de nuevo en ese sitio, solo distante de tierra un par de millas.
Introdujo para ello las coordenadas del pesquero en el plotter del G.P.S y en unos minutos estábamos en la zona. Dada la poca precisión del G P.S. ( de entonces)- su posible error oscilaba entre 0 y 100 metros- hace que las enfilaciones sean imprescindibles aún para la localización exacta del sitio. Al pagel le gusta marisquear en los cantos entre roca y arena y a veces las piedras son meras losas que apenas se distinguen con la sonda. Por otra parte los pageles parece que no van, al menos hoy en día, en grandes bancos, por lo que la sonda es también por ello inoperante.
Ese día solo conseguimos allí unas vidriadas y algún serrano pequeño, por lo que deseando que se divirtieran y de paso que consiguiéramos unos kilos de pescado para casa, los llevé a uno de esos sitios cercanos a la costa en los que se puede conseguir un modesto cesto de besugos y quizás algún pescado de suerte.
Es curiosa la querencia del besugo por determinados cantiles submarinos. No es preciso que estos sean pronunciados. Este que vamos a pescar, solo se alza un par de metros de la arena fangosa que le rodea, pero el besugo está siempre allí. Seguramente ha huido de un modo ancestral de las redes barrederas de los barcos de arrastre que pasan cercanos pero que eluden esas rocas para no romper sus redes. Allí ha encontrado el besugo como otras especies, su hábitat y refugio.
Imagen ( en soda de papel) de un fondo mixto
Al estar ya cerca vemos en la sonda una mancha de pescado correspondiente, como luego comprobaremos, a bogas y jureles y quizás incluso a alachas. Es preciso seleccionar bien la mancha eligiendo prioritariamente la pegada al fondo, la que solo se eleve del mismo 5 o 6 metros , para tratar de evitar así las molestas bogas. Balizamos a continuación el pesquero y nos fondeamos.
Utilizamos sobretodo alacha, para que los pequeños trozos desprendidos atraigan a todo el banco. Pronto la sensible puntera de la caña de Jose, una Italcanna de fibra de carbón que es una maravilla, acusa los toques. Un tirón rápido y una vibración sostenida de la puntera indica que ha clavado. Pronto un par de besugos de unos l50 gramos coletean en cubierta. Salen, como muy a menudo sucede, a dos y a tres por lo que ofrecen una bonita resistencia. Alguno de estos besugos son utilizados como cebo en otra caña mas robusta con camada de acero en busca de piezas grandes, aunque hoy no morderá ninguna.
La mañana transcurre en un soplo entre los afanes de la pesca, las bromas, las anécdotas de otros días de pesca, la esperanza de una pieza mejor..La mar está ahora un poco incómoda con un viento del S.O. de fuerza 4 conforme al pronóstico del día. Esta vez ( como otras muchas, seamos justos) acertó la predicción del Canal 9. Estamos cerca de la costa y a barlovento de Torrevieja, por lo que no nos preocupa el estado de la mar cada vez más movida.
En esto Manolo, poco hablador por naturaleza, vemos que se pone en pie, muy serio, y tira con fuerza de su caña. Esta se arquea y da sacudidas hacia abajo. Su rostro refleja placer, ansiedad, temor, en una sucesión cambiante. ! Este si que es gordo!- asegura. Preparo nuestro gran salabre. El carrete canta con estridencia cediendo línea al tiempo que la caña se hace un arco.
Poco a poco lo sube. Es una preciosa chirriola que viene con sus espectaculares y bonitas alas de un azul intenso totalmente desplegadas.
Hacemos unas fotos del momento. Ya a bordo el pescado, Manolo sonríe de oreja a oreja. El nombre local de chirriola corresponde a la lucerna bejel o colorado (Trigla Lucerna), ejemplar de la familia de los tríglidos o rubios que entre otras características (como es la trasformación de las primeras aletas ventrales en patas muy sensitivas e incluso gustativas) tiene la facultad de emitir sonidos al hacer vibrar su vejiga natatoria.
Vea bajo otras dos variedades el graneoo escacho (Trigla Lyra) y a la derecha el rubio o Trigloporus lastoviza.
Nos cuenta Manolo una experiencia algo sobrecogedora que tuvo con un ejemplar de chirriola, al arponearlo a ¡4 ó 5 metros de profundidad! Empezó a emitir un sonido estridente tal como un quejido o grito de pánico, impresionante en la profundidad silenciosa del fondo del mar, y que le hizo lamentar el haberlo herido!.
Este era un bonito ejemplar de cerca de 3 kilos y 9 a l0 años de edad, tal como indicaban los anillos de crecimiento de sus vértebras, y de un tamaño de 65 cm . Pueden alcanzar los 75 cm y los 6 kilos de peso. Habitan las aguas someras en el verano para luego vivir entre los 40 e incluso 300 metros .
Es la una del mediodía. El puerto lo tenemos a unas pocas millas por lo que aún podremos comer con la familia.
El día, como tantos otros, no ha proporcionado una pesca espectacular (salvo la pieza de Manolo, claro) pero si ha sido muy entretenido y las horas han pasado velozmente.
Ya en el coche, de regreso a casa, se hacen proyectos ¿cómo no? para el próximo encuentro con nuestra amiga la mar…