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Por Andrés Javaloy
20 de diciembre de 2019
Miguel Cuervo con una de sus capturas en solitario

Pescando una aguja en solitario. Miguel Cuervo

Para conocer personalmente su técnica y  su modo de  pescar a la cacea, he entrevistado a un buen deportista,  Miguel Cuervo Arango. Fue durante muchos años presidente del Club Náutico de Santa Pola.

Es amante de las competiciones a remo, deporte que practicó hasta hace bien poco- pese su edad, durante muchos años,  pero  sobre todo lo traigo a estas páginas porque es  un gran pescador de curricán con ganado prestigio  entre sus colegas de Santa Pola, a bordo de su barco Madroño IV.

Ha conseguido a lo largo de los últimos  años  entre otras piezas, nada menos 8 agujas imperiales, aparte de numerosas albacoras o alalungas alguna de las cuales llegó a pesar hasta 23 kilos. Estas últimas  las pescó en una zona relativamente cerca de la costa, - a 17 millas del cabo de Santa Pola y 16 del cabo Cervera- en un área donde la sonda indicaba una caída desde el veril de 100 brazas al de 350.

Miguel, aquella mañana, como tantas otras, había salido solo a la mar. Le gusta navegar, y la soledad no le molesta cuando se encuentra a bordo de su barco. La ilusión y la esperanza de conseguir una buena pieza en esa mañana tan bonita, con una mar en calma y un precioso amanecer, le llenaban ya de júbilo anticipado sobre todo al recordar otras intensas emociones vividas recientemente en el “Madroño IV”.

Me decía, al contarme sus pesqueras, que el salir solo tenía también alguna ventaja, y era la de no ver, al menos, las caras de mortal aburrimiento de sus compañeros de barco tras 5 o 6 horas de cacear sin un toque siquiera.

Había preparado cuidadosamente sus cañas. Pesca de ordinario con 5 aparejos de curricán. Dos de ellos, que coloca en cañeros a los costados del barco, son cañas ligeras con carretes Pen Senator equivalente al 6 /0 con 600 m. de monofilamento del 0,60 mm. En popa distribuye 3 aparejos que también emplea en la pesca a fondo. Dos de ellos son cañas con carretes eléctricos Kristal Fishing, y el otro es un carrete manual de la misma marca. Todos lleva líneas de Dacrón finas con terminales de monofilamento del 0,9 mm.

Emplea estos carretes eléctricos,  entre otras cosas, para poder retirar en un instante  todas la líneas de pesca cuando tiene un pez clavado en alguna de ellas. Yendo solo es fundamental la rapidez de recogida para evitar enredos.

 

 Le gustan los señuelos en forma de pulpitos de vinilo y pluma con cabezas metálicas perforadas, que producen en superficie turbulencias y burbujas, o algún señuelo con cabeza de plástico biselada. Su colores preferidos son los oscuros, violeta negro y rojo aunque también ha logrado toques con los blanco y rojos, El tamaño del pulpito que utiliza para tentar  a la agujas es de unos 14 cm aunque también ha clavado con señuelos de 5 o 6 cm. Todos estos tipos le permiten pescar a una velocidad de 8 o 9 nudos sin que las líneas se entrecrucen como ocurre con otra clase de señuelos – como las rapalas- que tienen cierta oscilación lateral, muy tentadora por cierto, pero no permiten velocidades altas. La que si lo permite, es la “bonita” de Yozuri, también de eficacia comprobada.  Al ir rápido, a 8 o 9 nudos, el área de rastreo es mucho más amplia.

Con los primeros claros del día, doblaba el espigón del puerto.  Puso  rumbo al SE para dejar por su babor las balizas luminosas de la reserva marina de Tabarca. Iba rápido deseando llegar pronto a las aguas azules y profundas. Tenía la impresión que allá a lo lejos, al otro lado del horizonte, cerca de una gran montaña submarina llamada “ el Patíbulo”, podría encontrar ese pez fuerte, grande y precioso con el que soñamos todos los pescadores.

El día era claro. Por el norte se veían ya con nitidez las lejanas montañas, el Puig Campana, que está cerca de Benidorm y mas lejos difuminado en azul, el cabo de la Nao. Echó un vistazo a la sonda. Tenía ya 80 metros de agua bajo la quilla Por esa zona hay unos roquedales submarinos y un pecio que a veces frecuentan los grandes depredadores. Puso el barco 9 nudos y caló primero las cañas laterales largando unos 100 metros de línea. Las otras centrales iban algo mas cortas y llevaban los señuelos un poco mas allá de la turbulencia que deja la hélice.

Siempre hay algo que hacer cuando se pesca en solitario. Comprobar la situación en el G.P.S., vigilar de vez en cuando en el panel indicador el correcto funcionamiento del motor, echar un vistazo al compás para comprobar si el piloto automático mantiene el rumbo adecuado, ver si hay algún barco por la proa, vigilar el estado de los curricanes por si se han cruzado o han enganchado algún plástico etc. Pero sobretodo vigilar las aves marinas, gaviotas pardelas o alcatraces que quiebren el vuelo o se zambullan en picado en el mar. Pese a todo ello tenía aún tiempo para gozar de la belleza de la mañana, del placer de navegar por una mar en calma, de la paz y del silencio del gran horizonte solo quebrado por el graznido de las gaviotas que se arrojaban sobre sus señuelos y por el ronroneo atenuado del potente motor de su barco.

En ese instante vio algo anormal tras la estela del barco, detrás de uno de los curricanes. Segundos después, la caña de babor se puso hecha un arco al tiempo que el carrete chirriaba con estridencia. Rápidamente redujo “a poca” la marcha del barco. Cogió la caña y dio un fuerte tirón para clavar. Con ella aún en la mano, apoyada en la pancera, giró los conmutadores de los carretes eléctricos para retirar las líneas del agua. Luego apretó un poco el freno en estrella de su Pen Senator tratando de cortar la veloz huida del pez que llevaba clavado. Calculó que al menos le habría sacado unos 200 metros.

Debía ahora estar atento para interrumpir la recogida de los carretes eléctricos antes de que los quitavueltas llegasen a las cañas.

La velocidad de huida del pescado era ahora menos rápida y más regular por lo que se apresuró a dejar la caña en su cañero para recoger rápidamente los otros dos aparejos.

Pocos minutos después todas las líneas estaban recogidas. Entonces es cuando pudo disfrutar plenamente con su pez. Debía ser muy grande. Aún no lo había podido ver ya que tras el ataque casi en superficie, el animal buscó las aguas profundas. Sacó aún unos cuantos metros más pero poco después pudo Miguel recoger decenas de metros “bombeando”. Luego tuvo que virar rápidamente la manivela de su pequeño Penn  para mantener la tensión de la línea, ya que el pescado se dirigía ahora oblicuamente hacia arriba y hacia delante, probablemente al sentir el aguijonazo del anzuelo en su boca. Al poco rompió la superficie del agua con un espectacular salto que le produjo a Miguel una descarga de adrenalina. ¡Era una aguja impresionante!

Por un momento echó de menos a sus compañeros de otras veces para que disfrutaran con él de aquellos instantes y para que le echaran una mano en los momentos finales de la faena.

El pescado corrió ahora lateralmente casi adelantando el barco por babor. Rápidamente Miguel desconectó el piloto automático y viró en sentido contrario para mantener el pescado por la popa. Poco después lo fue acercando cobrando línea poco a poco a base de bombear. Aún hizo el pescado otras 3 fuertes salidas arrebatando cada vez del carrete, mas de 50 metros de línea que luego Miguel recuperaba trabajosamente. Llevaba ya media hora de lucha.

El instante que todo pescador de altura desea fervientemente y al mismo tiempo teme, estaba llegando. Es el de poner al pez al costado del barco. Es un momento crítico en el que se puede esfumar en un instante toda la ilusión de la captura. El pescado, aún vivo, puede largarse por debajo del barco y al rozar la línea en la quilla puede partirla inmediatamente. Miguel tiene ya experiencia y sabe que no debe acercarlo hasta  ver que el pescado ya casi inerte, con un ligero giro de costado,  sea arrastrado en superficie por la lenta marcha del barco. Entonces fue cuando, dejando la caña, cogió el terminal con ambas manos para acercar la aguja al costado de babor , donde tenía amarrado el cabo del bichero. Una vez allí, sujetó firmemente la línea con la izquierda y con la derecha introdujo cuidadosamente el gancho del bichero por la abertura branquial, ya que no quería desgarrar la piel de aquel soberbio  animal. Tiró con ambas manos hacia arriba y por fin lo introdujo a bordo. Una gran alegría le inundó. Vio con algo de pena que la aguja, con una fuerte sacudida de su cabeza, al echarla a bordo, rompía su corta espada contra la cubierta. ¡De todos modos estaba preciosa con su lomo azul intenso y su flanco plateado!

Miguel respiró profundamente.! Lo había conseguido! Un nuevo triunfo en solitario.

Era ya tarde por lo que puso la proa hacia el puerto donde pudo comprobar que la enorme aguja imperial o marlín pesó 35 kilos y midió 1,90.

Bajo: otras capturas de Miguel. Esta vez acompañado de su hijo.

 

 

Publicada inicialmente,  en Junio de 2000.

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