En portada una de las primeras samas que conseguimos pescando en este pecio con Federico, mi hermano, Manolo Martinez ,Rate Lidón, y el autor
Fue hace ya muchos años cuando un gran amigo, Vicente “ el campellero”, viejo lobo de mar, me indicó la localización exacta del hundimiento de este barco.
Era conocido de antaño como “el vapor de los cacahuetes”, ya que tras su naufragio, se llenaron las playas cercanas de semillas de cacao, confundidas inicialmente con cacahuetes. Revisando las revistas de aquella época - concretamente en un Blanco y Negro - dimos con la historia de su hundimiento.
Eran los años de la Gran Guerra( 1914 - 1918) . Los alemanes habían iniciado la lucha submarina atacando el tráfico marino de los aliados. El “ Ville de Verdún” navegaba cerca de las costas de Torrevieja cuando fue obligado por un submarino alemán a poner proa a tierra. A cuatro millas de Guardamar se le permitió evacuar la tripulación que se dirigió a la cercana costa, antes de ser enviado al fondo del mar.
Desde aquellos años, dada la riqueza marina de nuestras aguas, se generó sobre este pecio una eclosión de vida marina con una gran variedad de especies, como pudimos comprobar con el paso del tiempo.
Después de la información de Vicente acudíamos a pescar allí de un modo esporádico. Pronto comprobamos que al amanecer o en las primeras horas de la noche, se producían ataques de piezas tremendas que de ordinario rompían las líneas de pesca o incluso las cañas. No era raro estar sacando una corva y, de pronto, sentir un toque brutal, y al terminar de cobrar nuestro aparejo, y veíamos que el pescado venía mutilado habiendo desaparecido medio cuerpo.
No disponíamos entonces de Loran o G. P. S. sino únicamente de sonda y brújula, por lo que solo podíamos acudir allí en días claros en los que se veían las “señas”. Pronto descubrimos que también podíamos encontrar el vapor en la noche, enfilando determinadas luces de una urbanización próxima, (la que está junto a la Residencia que conocemos como “el tío Chús”), conjugando además tiempo de navegación, rumbo desde el puerto y profundidad marcada por la sonda.
A las 4 de la madrugada de aquel día de septiembre, desatracamos de los muelles del R.C.N. de Torrevieja nuestra embarcación “Chambel”, enfilando la bocana del puerto. El parte metereológico daba variable fuerza 2-3. Era un placer navegar con la mar en calma acariciados por una suave brisa de tierra. Nos dirigimos a 7 a 8 nudos hacia el próximo cabo Cervera desde el cual pusimos rumbo 45º. Una hora mas tarde estábamos en la profundidad adecuada. Era preciso llegar de noche, pues a las 6 de la mañana apagaban las luces de la urbanización cercana y nos quedaríamos sin la enfilación necesaria para encontrar el vapor antes del amanecer.
Ya de camino, Federico, Manolo, Rate y yo preparamos las cañas y aparejos. Los terminales de éstos, eran de cable de acero de 40 libras; los anzuelos del 6/0. Pasamos con una larga aguja los cebos (caballas muy frescas o alachas grandes) dejando fuera sólo la punta del anzuelo.
Localizamos sin mucha dificultad el vapor. Seguidamente lo balizamos para averiguar la dirección de la corriente, fondeándonos a continuación. Con ilusión y ansiedad lanzamos a fondo nuestras caballas. Recordábamos tantos ataques y aparejos rotos...Ese día sí que íbamos bien preparados.
Imagen del vapor en la sonda
Dejamos los carretes casi libres para que cuando picaran tragaran fácilmente el cebo. Y empezó la espera tensa…
Al poco amanecía. En ese instante un carrete empezó a piñonear lentamente primero, para chirriar inmediatamente con estridencia. !Era el mío! Durante unos segundos dejé salir la línea con los nervios a flor de piel. Apreté luego el freno del carrete, levantando a continuación bruscamente la puntera de la caña para clavar. Entonces “ aquello” se puso en marcha de verdad. La caña se arqueó y el carrete perdió línea rápidamente. El bicho aquel tiraba de una manera endiablada y corría como una locomotora. La caña era dura, la línea del 60 y el terminal de acero. No era probable, si estaba bien clavado, que se fuera. El temor que tenía era que pudiera rozar mi línea con el viejo casco del vapor o que me vaciase el carrete. Cuando podía cobrar yo algo de sedal, él me sacaba a continuación el doble. Este valiente animal no era, evidentemente, ni un congrio, ni una sama, que eran los habituales huéspedes del “Ville de Verdun” Aquello corría como un demonio, y a pesar de tener casi el freno del carrete a tope, veía con alarma las últimas espiras de línea en el fondo del mismo.
En este instante, el carrete de Manolo empezó a chirriar también.
-¡Déjalo en banda, que se ha liado con mi línea!- le grité nervioso. Rápidamente lo hizo, pero al poco comprobó que cuando yo tenía casi inmobilizada mi presa, su carrete cantaba desaforadamente. !Tenía clavado él, otro! Yo llevaba ya veinte minutos de lucha con el mío; debía subirlo rápidamente para que no se cruzaran las líneas. Era el momento adecuado, pues las salidas del animal que tenía yo clavado eran cada vez más cortas. Apreté un poco más el freno del carrete y empecé a cobrar con más fuerza. El sol, que estaba ya por encima del horizonte, hizo brillar allá abajo, a diez o 15 metros, un pez plateado enorme. - !Es una lecha!- dijo Federico. Pronto pude subirla a la superficie. Rate cogió el gancho y de un certero golpe la clavó, y entre él y Federico la subieron a bordo.
Arriba,, lecha o seriola mía recién salida del agua
Las piernas me temblaban aún, pero estaba radiante de gozo mientras aquel soberbio ejemplar de serviola se debatía en cubierta.
Entretanto, Manolo luchaba con su pieza. Debía ser tremenda porque apenas podía recogerle línea. Más tranquilo que yo, bregaba con aquel animal disfrutando aquellos momentos. Su faena duraba ya media hora cuando logró levantarla cerca de la superficie.
Manolo luchando con su presa
En una de sus últimas carreras se dirigió hacia proa, viendo nosotros con horror cómo la lecha daba la vuelta al cabo de fondeo. Menos mal que estaba ya vencida. Viramos rápidamente el molinete para cobrar cabo con lo que pudimos acercarla al alcance del gancho. Un buen golpe del mismo y otra pieza soberbia a bordo. Era también una serviola mas grande que la mía, que dió en el peso 24 kilos sobre los 20 que tenía la que yo había conseguido.
A las 7 y media de la mañana ya llevábamos pues, dos preciosos ejemplares a bordo. Estábamos locos de alegría y con la esperanza de conseguir alguna más, ya que en la sonda, a unos 20 metros de la superficie del mar, se veían de vez en cuando, algunas marcas intensas que no eran de los habituales besugos o tres colas. Eran “ellas” por supuesto.
Aún Manolo tuvo otra emoción. Esta vez fue un tirón brusco y corto distinto de los anteriores. Clavó rápidamente y empezó a cobrar. Le costó mucho despegarlo del fondo, pero luego, tras cortas huidas hacia la profundidad, poco a poco fue elevándola para, en unos diez minutos, tener una espectacular sama al alcance del gancho.
Bajo la impresionante cabeza de una sama macho
A las 10 de la mañana dimos por terminada aquella memorable jornada de pesca.
Allá abajo a 54 metros de profundidad, yacía el viejo “Ville de Verdún” cubierto de corales, anémonas, gorgonias y rodeado de una prometedora y abundante fauna formada por lechas, congrios, samas , corbachos…Un mundo silencioso y maravilloso capaz de colmar los sueños e ilusiones de los pescadores mas apasionados.
Torrevieja verano de 1.987.
Ver otras samas conseguidas a lo largo de aquellos años pescando sobre el mismo pecio. Bajo Antonio con dos samas consguidadas a bordo de su lancha
Un pesca afortunada a bordo del CHAMBEL al poco de empezar a pescarlo, allá por los años 80