Publicado en Pesca a bordo en 1998.
A mi querido compañero Adrián Canales in memoriam.
Lo bueno que tiene este apasionante deporte de la pesca a bordo, es la enorme variedad de posibilidades que ofrece la mar al aficionado, según las distintas épocas del año.
Así por ejemplo, en los meses fríos y con tiempos poco seguros para la pesca de altura, el buen aficionado sabe encontrar junto al litoral los sitios querenciosos del pagel o vidriadas. Ya en primavera, y con partes meteorológicos adecuados, se puede buscar en alguno de los innumerables pecios alejados de la costa o en los profundos cantiles submarinos, alguna de las piezas grandes soñadas por el pescador. Por mayo y junio sobre todo, nos brinda la mar, a veces junto a la costa, la oportunidad incomparable de ese emocionante encuentro con el atún gigante. En los meses estivales, la pesca de la sorela en aguas costeras o del mabre en las plácidas noches de luna llena, proporcionan momentos inolvidables al pescador deportivo.
Es al comienzo del otoño cuando el curricán costero cobra especial protagonismo.
Antes era el atún joven, de uno a dos kilos, la pieza reina de esta pesquera. Ahora somos ya muchos, los que hemos renunciado a su pesca. Como ya es sabido, está prohibida la captura del atún por debajo de los 6,400 kilos ( Esto está escrito en 1998.Actualmente como es sabido está prohibida la pesca recreativa del atun , sea cualquiera su peso). Su escasez, cada vez mas evidente, es motivada en primer lugar por la pesquería de cerco del atún gigante y también, seamos sinceros, por las matanzas de pequeños atunes a lo largo de todo el litoral, causadas por profesionales y también por pescadores deportivos.
En septiembre y octubre se acercan a la costa otras especies de interés para el aficionado, tales como melvas , bonitos , llampugas , bacoretas, pámpoles, caballas etc. La realidad es que cada vez se cogen menos. Esto que sigue es la descripción de una pesquera en el otoño de l997.
Un día de pesca al curricán costero
Habíamos soltado amarras al amanecer de un día de Septiembre que prometía ser espléndido. La mar estaba en calma. El fresco de la mañana nos daba en la cara al navegar, despejándonos y haciendo despertar nuestros sentidos al olor yodado de la mar y a la visión de un precioso mar azul iluminado ahora por los primeros rayos del sol. Percibíamos el rumor del agua al ser cortada por la roda y el graznido de las madrugadoras gaviotas siguiendo nuestra estela. Sentíamos además, que la brisa marina acariciaba nuestra piel... Todo un conjunto de sensaciones cuyo recuerdo es tan grato al pescador.
Preparamos nuestros aparejos. Hoy llevamos dos cañas con carretes de tambor fijo en cañeros abiertos hacia afuera, situados en ambos costados del barco.
Una de las cañas, la mas robusta, lleva 200 m . de línea del 0,60 y una Rapala roja y nácar que arrastramos a 40 m . del barco para que no moleste, en busca de piezas grandes. La otra caña, mucho mas fina, lleva un pequeño carrete con línea del 0,40. En el extremo de esta, a unos 25 m . del barco, hemos puesto un pequeño calamar muy rojo de 5 cm de largo algo plomado en su interior. A medio metro por delante, colocamos una pequeña camada con anzuelo y dos o tres plumas ligadas con hilo rojo para hacer mas atractivo el señuelo. Los otros dos aparejos de mano, van sujetos en la popa mediante un tirante elástico para amortiguar el tirón y acusar al mismo tiempo la picada. Van lastrados con plomos diferentes a distinta profundidad y distancia del barco. Uno a 7 u 8 metros y otro a unos 15. En ellos van señuelos de plumas, calamares o cucharillas irisadas.
Ponemos el barco a 6 o 7 nudos. Al poco de salir y cuando la sonda marca 40 m de fondo, José María, que lleva en ese momento en la mano uno de los curricanes de popa, siente un tirón brusco. Disminuyo la marcha para no desgarrar el pescado, al tiempo que inicio una suave curva en la derrota. Echo un vistazo a la costa para situar el barco mediante enfilaciones, con objeto de pasar de nuevo por el mismo sitio. Pronto un bonito de unos 600 gr. coletea a bordo. No hay nuevos toques. Ahora tal como sucede con otras especies, los bonitos están mucho mas escasos. Su aspecto es inconfundible. Dorso azul verdoso marcado por rayas longitudinales ligeramente oblicuas y en el joven, además, bandas anchas oscuras verticales. El dorso del adulto es de un color azul mas intenso.
El llamado bonito del norte o albacora (thunnus alalunga) no tiene nada que ver con este. Se le captura también en el Mediterráneo a unas 30 o 40 millas de la costa. Su característica mas notable es la enorme longitud de sus aletas pectorales que alcanzan su segunda dorsal.
Ponemos de nuevo proa al sol y al poco es la caña fina la que se arquea y empieza a soltar línea Esta vez trabajo yo el pescado. Ajusto el freno y empiezo a cobrar. La caña se curva y la chicharra del freno suena con estridencia. El pescado busca la profundidad pero poco a poco lo acerco. Es un joven atún de unos 800 gr. He tenido la precaución de sustituir la potera que llevaba el pequeño calamar rojo, por un simple anzuelo, por lo que no daño casi su boca. Con gusto lo devolvemos a la mar, deseando que dentro de 7 u 8 años se haga un buen mozo de 80 a 90 kilos.
Más tarde y en una zona marcada por el averío de pardelas, charranes y gaviotas, localizamos un pequeño banco de bacoretas cebándose en superficie. Conseguimos unas cuantas. Su característica mas notable es la presencia en el dorso de unos dibujos sinuosos algo semejantes a los de la melva, pero además presenta en su zona pectoral 5 o 6 manchas oscuras muy típicas.
Seguimos navegado hacia afuera. El patrón está atento buscando señales de aves quebrando el vuelo o la presencia de algún objeto flotante.
Estamos ahora a unas 8 millas de la costa. En ese momento localizamos un pequeño charrán posado en algo que no se divisa desde lejos.
Al acercarnos comprobamos que se trata de una estacha ( ver arriba) formando una maraña bajo la cual y a su sombra adivinamos la presencia de las siluetas azul verdosas de las llampugas y la librea listada de otros peces. Son pámpoles o peces piloto.
Damos unas cuantas vueltas en torno a la estacha consiguiendo dos o tres llampugas que con sus carreras y quiebros animan a la tripulación. Al subirlos a bordo exhiben unos colores azul plata y oro como auténticas joyas del mar.
Intentamos ahora otro tipo de pesca que se torna rápidamente productiva y muy divertida. Retiramos primeramente los curricanes y nos acercamos a la estacha. Detenemos el barco y lo dejamos a la deriva. Con ayuda de un bichero y un pequeño cabo, amarramos aquella junto a la popa. Pronto, en torno al “Chambel” y bajo su sombra, vemos mas de un centenar de pámpoles. Empezamos a pescar ahora de otro modo. Uno de nosotros, con caña y sedal en el que se ata un señuelo plomado en forma de pez brillante, los excita haciendo que el pececillo metálico suba y baje, dando pequeños tirones bruscos. Otros pescamos con chambeles finos sin plomo y anzuelos cebados con trocitos de no importa qué clase de pescado. Pronto un alegre tamborileo en cubierta y unas decenas de peces piloto a bordo dan testimonio de la eficacia de los dos procedimientos. Al principio son valientes y confiados. Su forma de torpedo y cuerpo musculoso les proporciona una defensa vigorosa, por lo que su pesca resulta muy divertida.
En la parte mas sombría de la maraña de estacha, vemos un pez oscuro desconocido. Se muestra muy tímido y se esconde cuando lo tentamos con el anzuelo. Siento una gran curiosidad. Le dejo caer a su lado un par de trocitos de cebo libres, que atrapa nada mas caer, refugiándose rápidamente en su escondrijo. El tercer trozo va con un pequeño anzuelo en una línea muy fina. Logro así atraparle..
Parece una cherna pero en seguida pienso que este no es su sitio, sino 100 metros mas abajo, en el fondo rocoso. Además, el color blanco que orla su cola y vientre me desconcierta.
Más tarde, ya en casa, leo que las chernas jóvenes, lo mismo que los peces ballesta e incluso los meros, en su época juvenil, pueden cazar a la sombra de objetos flotantes nutriéndose también de los pequeños mariscos que se adhieren al mismo.
Camino del puerto, cogemos 3 o 4 atunes que también liberamos. De pronto, la caña gruesa que lleva la Rapala se curva hacia atrás; el carrete empieza a cantar y soltar línea. Hay emoción a bordo pues pensamos si será una aguja o un pequeño pez espada. Pronto comprobamos que se trata solo de una voraz lampuga de 3 cuartos de kilo que ha atacado un cebo de casi las mitad de su tamaño. Lo que prueba la gran versatilidad de este clásico señuelo.
La mañana ha sido pues, muy agradable y el día precioso. Nos hemos puesto en contacto con muy diferentes criaturas del mar que se ha mostrado aún generoso. El Mediterráneo, pese a todo, aún está vivo. Tratemos de dejarlo, así al menos, a nuestros hijos.