Pescando
sobre el "Ville de Verdún"
Fué un viejo
lobo de mar, "Vicente el Campellero" el que nos
dió las "señas" de este carguero francés,
hundido por los alemanes en la Gran Guerra, a unas 4 millas al Este
de Guardamar y 9 de Torrevieja. Lo conocían entonces -hablo
de 1987- muy pocos pescadores deportivos, y nunca se iba a pescar
allá, dada " la gran distancia" y las pérdidas
de aparejos por enroques.
A las 4 de la madrugada de aquel día de septiembre, desatracamos de los muelles del R.C.N. de Torrevieja nuestra embarcación “Chambel”, enfilando la bocana del puerto. El parte metereológico daba variable fuerza 2-3. Era un placer navegar con la mar en calma acariciados por una suave brisa de tierra. Nos dirigimos a 7 a 8 nudos hacia el próximo cabo Cervera desde el cual pusimos rumbo 45º. Una hora mas tarde estábamos en la profundidad adecuada. Era preciso llegar de noche, pues a las 6 de la mañana apagaban las luces de la urbanización cercana y nos quedaríamos sin la enfilación necesaria para encontrar el vapor antes del amanecer. Ademas, queríamos que nuestros cebos estuviesen en el sitio, con los primeros claros del día, cuando los depredadores inician su caza.
Ya de camino, Federico, Manolo, Rate y yo preparamos las cañas y aparejos. Los terminales de éstos, eran de cable de acero de 40 libras; los anzuelos del 6/0. Pasamos con una larga aguja los cebos (caballas muy frescas o alachas grandes) dejando fuera sólo la punta del anzuelo.No queríamos emplear otra clase de aparejos ni calar otras cañas. Localizamos sin mucha dificultad el vapor. Seguidamente lo balizamos para averiguar la dirección de la corriente, fondeándonos a continuación. Con ilusión y ansiedad lanzamos a fondo nuestras caballas. Recordábamos tantos ataques y aparejos rotos...Ese día sí que íbamos bien preparados. Dejamos los carretes casi libres para que cuando picaran tragaran fácilmente el cebo. Y empezó la espera tensa… Al poco amanecía. En ese instante un carrete empezó a piñonear lentamente primero, para chirriar inmediatamente con estridencia. !Era el mío! Durante unos segundos dejé salir la línea con los nervios a flor de piel. Apreté luego el freno del carrete, levantando a continuación bruscamente la puntera de la caña para clavar. Entonces “ aquello” se puso en marcha de verdad. La caña se arqueó y el carrete perdió línea rápidamente. El bicho aquel tiraba de una manera endiablada y corría como una locomotora. La caña era dura, la línea del 60 y el terminal de acero. No era probable, si estaba bien clavado, que se fuera. El temor que tenía era que mi línea pudiera rozar con el viejo casco del vapor, o que el tremendo animal me vaciase el carrete. Cuando podía cobrar yo, algo de sedal, él me sacaba a continuación el doble. Este valiente animal no era, evidentemente, ni un congrio, ni una sama, que eran los habituales huéspedes del “Ville de Verdun”. Este corría como un demonio, y a pesar de tener el freno del carrete casi a tope, veía con alarma las últimas espiras de línea en el fondo del mismo. En este instante, el carrete de Manolo empezó a chirriar también.
Las piernas me temblaban aún, pero estaba radiante de gozo mientras aquel soberbio ejemplar de serviola se debatía en cubierta. Entretanto, Manolo luchaba con su pieza. Debía ser tremenda porque apenas podía recogerle línea. Más tranquilo que yo, bregaba con aquel animal disfrutando aquellos momentos. Su faena duraba ya media hora cuando logró levantarla cerca de la superficie. En una de sus últimas carreras se dirigió hacia proa, viendo nosotros con horror cómo la lecha daba la vuelta al cabo de fondeo. Menos mal que estaba ya vencida. Viramos rápidamente el molinete para cobrar cabo, con lo que pudimos acercarla al alcance del gancho. Un buen golpe del mismo y otra pieza soberbia a bordo. Era también una serviola mas grande que la mía, que dió en el peso 24 kilos sobre los 20 que tenía la que yo había conseguido.
A las 7 y media de la mañana ya llevábamos pues, dos preciosos ejemplares a bordo. Estábamos locos de alegría y con la esperanza de conseguir alguna más, ya que en la sonda, a unos 20 metros de la superficie del mar, se veían, de vez en cuando, algunas marcas intensas que no eran de los habituales besugos o tres colas. Eran “ellas” por supuesto. Aún Manolo tuvo otra emoción. Esta vez fue un tirón brusco y corto distinto de los anteriores. Clavó rápidamente y empezó a cobrar. Le costó mucho despegarlo del fondo, pero luego, tras cortas huidas hacia la profundidad, poco a poco fue elevándola para que, en unos diez minutos, tener una espectacular sama al alcance del gancho.
A las 10 de la mañana dimos por terminada aquella memorable jornada de pesca. Allá abajo a 54 metros de profundidad, yacía el viejo “Ville de Verdún” cubierto de corales, anémonas, gorgonias y rodeado de una prometedora y abundante fauna formada por lechas, congrios, samas , corvachos…Un mundo silencioso y maravilloso capaz de colmar los sueños e ilusiones de los pescadores mas apasionados. A. Javaloy. Torrevieja verano de 1.987.
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