Pesqueras inolvidables 3. EL MERO
    Me tenía intrigado ese pez increíble, que una y otra vez rompía con facilidad pasmosa la línea del 0,70 de mi caña.

    Esta historia empezó una tarde del mes de agosto, cuando mi primo David y yo decidimos pescar sobre ese barco hundido. Sabíamos que estaba muy “tocado” dados su profundidad escasa (54 metros) y su proximidad a la costa.
     Los dos teníamos trabajo al día siguiente, por lo que planeamos la pesquera entre las 6 o 7 de la tarde y 11 de la noche, englobando así la crítica puesta de sol y la no menos favorable posición de la luna, casi llena, bien arriba del horizonte.
    Ya en el pesquero, calamos dos líneas de mano y una caña de unas 40 libras de potencia,
con aparejos de un solo anzuelo del 7/0, camadas de unos 60 cm. de acero forrado de nylon de 60 libras y plomos de 200 gr. Como cebo, alachas de las más grandes que pude encontrar esa mañana en la lonja del pescado. La otra caña, mucho mas ligera, llevaba línea del 0.60, camada del mismo grosor y 3 anzuelos de 2 y 3 /0. Estos se cebaban con tacos de alacha buscando las brótolas y corvachos no raros en este pecio.
    
Esa noche nos desarmaron 3 o 4 veces. Allá abajo había piezas tremendas que atacaban bruscamente las alachas y se refugiaban luego rápidamente en el interior del barco hundido, por lo que la línea de mi caña se partía fácilmente. Yo insistía una y otra vez a pesar de ello, pues encuentro mas divertida la pesca con caña que con línea de mano.
    Pronto, de todos modos, subimos a bordo 3 congrios descomunales. El mas grande, que dio en el peso 14 kilos, lo consiguió David, que con su caña casi de juguete y su línea mas fina, redondeó una “ faena” que nos divirtió extraordinariamente a los 2.
 

    Sabíamos que al menos una de las piezas que perdí, no se había comportado como un congrio. Este come lento y apenas se mueve luego del sitio mientras traga, por lo que el toque es de ordinario suave, inclinando hacia abajo simplemente la puntera de la caña. Aquello otro había dado un tirón brusco y largo que hizo cantar la chicharra del carrete.
     Allá abajo, entre planchas y hierros retorcidos y herrumbrosos del vapor, cubiertos ahora por infinidad de pólipos anémonas mejillones y coralígenos, tenían su hábitat otros poderosos peces. !Había que volver otra vez allí!.
    Ya de vacaciones, unos días después, esta vez a las 5 de la mañana, salimos hacia el vapor. Queríamos estar fondeados antes del amanecer. Conseguimos otro congrio también descomunal. Y volvió repetirse la escena de toques brutales y líneas rotas. Uno de los enganches lo tuvo Antonio. Tuvo la mala fortuna que después de estar bregando con ella unos minutos, se abriera el emerillón o quitavueltas de mala calidad de su volantín, perdiendo así el pescado.
    Una semana después, a bordo ahora del “Le Mistral” pusimos de nuevo la proa hacia allá. Ibamos mi hermano Federico, Aimée su mujer, Luis Eizmendi y yo. Llegamos al pesquero aún de noche. Con ayuda del G.P.S y sonda encontramos rápidamente el vapor hundido, balizándolo a continuación. Nos fondeamos. Fuimos soltando poco a poco el cabo suficiente para que la sonda nos indicara que estábamos en la caída del casco del mismo, eludiendo así, en lo posible, enganches con las redes que hay sobre el vapor.
    Los cebos y aparejos eran los ya descritos. Los cables de acero de las camadas eran un poco mas largos y los quitavueltas “Shampo” de óptima calidad.
    Conseguí pronto cebo vivo, una exagerada boga, que encarnada por el lomo en un robusto Mustad del 7/0, fue allá abajo con ayuda de un plomo de 200 gr. Iba en un volantín que dispuse en la proa del barco para que no molestara, aunque la paneta que contenía el resto de la línea, la desplacé a la bañera donde pescábamos para vigilarla, dejándola algo libre. De pronto Federico notó que la paneta del volantín de proa se movía bruscamente y empezaba a girar. Cogió la línea y dio un enérgico tirón para clavar. Conociendo el comportamiento de los peces de allá abajo, mantuvo la presión sin ceder línea para evitar que el bicho se refugiara dentro del pecio.
    Rápidamente retiramos varios aparejos y nos dispusimos a realizar la faena ya desde la bañera. Mantuve yo la línea en mis manos unos instantes para hacer esa maniobra. La presión hacia abajo era enorme. !Debía ser tremendo! El aparejo era muy sólido por lo que poco a poco Federico lo despegó del fondo. El pescado no daba las sacudidas propias de los congrios, ni las carreras de las lechas o samas ( los otros huéspedes posibles del vapor). Notaba que subía ahora un gran peso muerto. Al cabo de unos minutos apareció en superficie.

    ! Era un gigantesco mero que venía con su enorme boca abierta!
     Una vez asegurado con el gancho, le disparé unas fotos. Luego lo subimos abordo y entonces nuestra alegría estalló en gritos y abrazos como si fuéramos unos chiquillos y aquella fuera nuestra primera gran pesquera.
    Poco a poco nos tranquilizamos. La pieza era preciosa y excepcional. Aún pescamos un rato. De vez en cuando volvíamos nuestros regocijados ojos hacia el mero que yacía espléndido en cubierta. El anzuelo estaba enganchado en la comisura de la boca. Junto a este había otro anzuelo nuevo del que pendía una camada de acero con el tipo de nudo que utilizo. !Era la que perdió Antonio la semana antes, al fallarle el quitavueltas!
    No hubo ningún toque mas, por lo que a las 11 de la mañana pusimos la proa hacia el Club Náutico, donde comprobamos que el mero pesaba 20 kilos. Su edad (computada por el recuento de los anillos de sus vértebras) era de 18 a 19 años. De nuevo Le Mistral batía seguramente otro récord en el Club. Esta vez en la especie mero. Pero no era eso solo el motivo de nuestra satisfacción. Era sobre todo la serie de emociones y sensaciones experimentadas con esta pieza que serían ya de imborrable recuerdo para todos.

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