En aquellos
años existían muy pocos barcos deportivos grandes dedicados
a la pesca. Recuerdo “el Angelito”, bote a vela latina de
la familia Lorca y que patroneaba a menudo el tío Carral. Fueron
los primeros pescadores deportivos (que yo recuerde), que hacían
curri a vela.
También Manolo Guardiola, el expresidente
del Club Náutico, Manolo Espinosa, y otros también lo
hacían a bordo de embarcaciones profesionales cuando llegaba
la temporada del atún.
Lo que sí había era muchos botes
a remo que alquilábamos en la playa que existía entre
el Miramar y el bar La Marina, donde hoy está el Club Náutico
y varaderos. Por una pequeña cantidad nos llevaban a los barcos
fondeados a la gira dentro de la bahía, donde se hacía
buenas pesqueras de doradas déntoles -con pescado vivo- y raspallones
y vidriadas.
Otras veces alquilábamos sus pequeñas
embarcaciones para toda la mañana, a amigos como
Eduardo
Moreno,
El bufa, el “ tío Antonio”
etc.
Fue entonces cuando
empezamos
a disfrutar de verdad de la riqueza en vida marina de la bahía
y costa de Torrevieja y cuando conocimos el placer de la
pesca
al curri a remo, en busca de palometas, dobladas y llobarros.
Fue mucho más adelante, a mediados de los años 60, cuando
llegaron a Torrevieja los primeros motores fuera borda.
Dentro de la bahía, concretamente en
los algares que había entre lo que es muelle Príncipe
de Asturias y el ensanche del muelle de la sal, era una zona riquísima
en obladas donde al amanecer o en la caída de la tarde se cogían
a montones. Llevábamos en popa dos varitas con un cascabel, en
las que enganchábamos una línea del 0´30, de unos
l5 metros de largo, con un anzuelo en el que amarrábamos una
pequeña pluma de pollo. Según los entendidos ésta
tenía que ser, por su blancura y suavidad, una pluma de debajo
del ala de un pollo blanco. Era una gozada oír el campanillazo
del cascabel, al tiempo que veíamos incurvarse hacia atrás
la finas varitas, al recibir la picada de una doblada del tamaño
de una alpargata.
Jesús el Torres era
uno de los expertos del pueblo y el que nos enseñó a fabricarnos
nuestros primeros señuelos. Había otro especialista de
esta pesca al curri a remo llamado
Pepe Vera. No era
raro verlo, a primeras horas de la mañana, curricanear dentro
de la bahía. Pescaba el llobarro con pluma larga y fina con línea
del 30, remando entre los chinchorros y cerca de la playa del acequión,
donde a menudo conseguía preciosas lubinas.
Al disponer de botes de alquiler a remo ampliamos
nuestro campo de acción a la costa, desde cabo Roig a la playa
de la Mata.
Recuerdo preciosas mañana de mar en calma
en las que curricaneábamos por los algares de la “barreta”,
una pequeña barra costera poblada de posidonias, situada frente
a lo Ferrís y Rocío del Mar. Se prolonga ésta,
desde frente a Punta Prima hasta cerca de la punta del puerto. Para
pasar por encima de la barreta, enfilábamos la casa de los carabineros
de Punta Prima con la torre de cabo Roig, entrando y saliendo de los
manchones de algas, que a través de un agua cristalina divisábamos
en el fondo. La pesca de dobladas en esta zona estaba asegurada. El
almuerzo lo hacíamos desembarcando en las playas, de una costa
totalmente deshabitada, como las de la cala Capitán, cala Piteras
o de D. Tomas, Playa de Lo Ferrís, etc. donde, con maderos que
había tirado la mar a la orilla y algas secas, nos asábamos
a la brasa grandes dobladas recién pescadas que nos sabían
a gloria.
Mi hermano
Federico fue también
un gran aficionado al curri a remo, saliendo con su peña de amigos
muchas mañanas. Hace poco recordaba con él una anécdota
que vale la pena referir porque tiene su gracia.
Aquel día se habían reunido en
la playa, junto al Miramar, 4 de ellos para salir a pescar al curri.
Alquilaron dos botes a Eduardo Moreno, y se
distribuyeron
Federico y Jaime Sánchez en uno,
y
Eduardo Ros (actualmente famoso catedrático
de Cirugía) y otro amiguete, en la otra embarcación. Ese
día decidieron jugarse la cerveza y las” tapas” del
aperitivo. El que menos piezas pescase pagaría las cervezas y
el que menos peso total consiguiera le tocaría pagar las “tapas”.
Se dirigieron remando a curricanear los algares
y roquedales comprendidos entre la punta del puerto y la playa de la
Mata. Iban los dos botes casi en paralelo, vigilándose mutuamente
por si uno u otro daba con algún buen banco de dobladas.
Menudeaban los toques y en los dos barcos se
estaban divirtiendo, pero Federico veía, que aunque seguramente
llevaban poco mas o menos la misma cantidad de pescado, parecía
que las dobladas que cogían en el otro bote eran casi siempre
más gordas.
Cuando desembarcaron en la playa del Cura y
llegaron al “Caliche,” bar que estaba situado en la misma
playa, pesaron el pescado para cumplir lo acordado. Comprobaron que
desde el bote de Federico se habían pescado 24 piezas que pesaron
3 kilos setecientos. Eduardo y su compañero habían conseguido
23 dobladas con un peso total de 3 kilos y 400 gramos. Eduardo no hacía
más que decir: ¡pero si no puede ser, coño...! ¡si
las nuestras son mucho mas grandes!
Una vez más volvieron a pesar el pescado
y ante la evidencia, pagaron las cervezas y las tapas.
Unos meses después, ya en Madrid
donde estudiaban los cuatro, iban una tarde en el metro.
Fede cuchichea algo en el oído
de su compañero de aquel día de pesca, que empieza a reírse.
Federico, dirigiéndose a los otros dos, dice muy serio: ¡
Os quiero confesar una cosa que desde hace tiempo no me deja dormir..!
Aquellos, conociéndole le miran suspicaces y Federico comenta:
¿Os acordáis de aquel día en Torrevieja
que salimos al curricán y que os dimos “un repaso”
y os hicimos pagar la cerveza?-
¡Claro maricón....!-contestan los otros.-
¡Pues lo siento, pero dentro de la tripa de las dobladas,
les habíamos metido por la boca, cerca de medio kilo de plomos
alargados!
Querían matarlo. Al tener que estar agarrados
a la barra del traqueteante metro atestado de gente, impidió
que se liaran. Todo terminó luego, en unas carcajadas y en unas
cervezas en el bar más cercano.
Otros pescadores de los años
50
Al volver los ojos atrás, vienen a mi
mente la imagen de veteranos y entrañables pescadores, alguno
aún entre nosotros. Los más, se nos fueron, pero nos dejaron
para siempre su grato recuerdo y la semilla de lo que hoy es una verdadera
pasión por la mar y la pesca. Quiero evocar una escena de pesca
de aquellos años, publicada en la revista del Club en 1998.
El águila marina
A
Fernando Gea. In memoriam.
Federico Linares y Fernando Gea
habían madrugado aquel día del mes de agosto de hace
hoy tantos años. Habían alquilado un pequeño
bote a remo a Eduardo Moreno, que junto con el Bufa, el “tío
Antonio” y “el bailarín”, que alquilaba sus
pequeños barcos a los pescadores aficionados. Las casetas de
madera de aquellos se alineaban junto a la orilla del agua, desde
el antiguo Miramar y caseta de los náufragos hasta cerca del
bar La Marina, en lo que hoy es el Club Náutico y varadero.
Frente a ellas, había unos pequeños
embarcaderos de madera donde amarraban los botes.
A golpe de remo, turnándose, mientras
bromeaban y contaban sus aventuras de pesca de otros días,
Fernando y Federico llegaron por fin cerca de la punta del puerto.
El sitio elegido aquel día estaba a unos pocos metros de las
piedras de la escollera, justo enfrente del tercer noray.
Echaron sus pedrales por proa y popa para
fondear el pequeño bote y calaron sus cañas y “fluchas”
con alachas muy frescas. La mañana transcurría plácidamente.
Unas huidas de pescado encima del agua les
hizo ponerse alerta. !Eran las choas!. Unos días antes los
habían desarmado varías veces y solo habían conseguido
una preciosa choa de un par de kilos.
En este instante, la caña de Federico
se curva y su puntera se mete en el agua. El carrete chirría
y la línea del 60 empieza a salir, primero despacio y luego
con gran rapidez. Fede coge la caña firmemente y da un tirón
para clavar. !Debe ser una choa!-asegura. Pero la línea sigue
saliendo y él nota un gran peso hacia la profundidad.
Los 150 metros de nylon del carrete, a los
que hay unido un aparejo con un cable de acero, poco a poco se agotan
por lo que Fernando, rápidamente, echa a bordo los dos pedrales
del fondeo para liberar el bote. Federico, colocado ahora en la proa,
sujeta la caña con fuerza. Fernando rema hacia adelante para
que Fede pueda recoger algo de línea. La punta del puerto se
va quedando atrás. Ha podido recoger algo de sedal, pero en
una brusca arrancada el bicho le ha sacado de nuevo todo el carrete,
por lo que Fernando ha tenido que seguir remando.
La lucha dura ya una hora larga y el bote
se encuentra ahora cerca de Lo Ferrís. No pueden ni imaginar
de que se trata. Piensan si será un rech como los que coge
de vez en cuando Ramón Blanco.
El bicho parece algo cansado pues tira ahora
menos rápido; incluso llega un momento que se para, aprovechando
Federico para cobrar línea ayudado por Fernando que rema hacia
el pescado. Llegan ahora a ponerse encima de él. Habrá
allí 8 o 9 metros de fondo.
El agua está cristalina y la mar sigue
en calma. Allá abajo ven una mancha blanquecina que no identifican.
Le es imposible levantarla y acercarla al bote, que parece ahora estar
fondeado. De pronto, se pone en marcha otra vez, ahora hacia Torrevieja.
Hora y media después están sobrepasando la bocana y
el increíble animal sigue tirando del pequeño bote.
Cerca de la playa del Cura es cuando definitivamente lo vencen.
Tienen ahora 5 o 6 metros de agua bajo la
quilla y poco a poco lo identifican. !Es un chucho! También
se le llama águila marina . No llevan gancho, por lo que improvisan
uno con el palo del salabre y unos grandes anzuelos amarrados a él.
Tirando con fuerza Federico lo acerca y Fernando le clava el bichero
en una de sus enormes alas. El animal se revuelve y empieza a girar
enredándose con la línea. Por fin, aunando sus esfuerzos
lo izan a bordo. Están agotados. Aun tienen que remar hasta
el embarcadero pero lo hacen gozosos. Han disfrutado al lograr aquella
pieza excepcional que tantas emociones le ha proporcionado. Posteriormente
comprobaron que pesaba 17 kilos.
En los años 50 se destacan otros muchos
pescadores deportivos. Así tenemos a José Riera
que en el 57 capturó un precioso rech o corvina de 21 kilos,
Ramón Genovés, Ramón
Blanco, Guillermo Bellod y otros pescadores
locales a los que no llegué a conocer. Es el caso de Francisco
Pérez Pareja, pescador torrevejense que en 1955 capturó
lo que probablemente es un récord en su especie: un rech o
corvina que pesó nada menos que 42 kg. y midió cerca
de dos metros.
El último rech del que tengo noticias, fue capturado por Laureano
Saura de Orihuela, pescando desde la escollera con una de
las primeras cañas reforzadas de fibra, en Junio del año
1976. Pesó 34,500 Kg.
José Riera con un rech de 21 kg
|
Perez Pareja con otro de 42. Un verdadero
record. |
Ramón Blanco.
Lo recuerdo como un pescador legendario…inalcanzable
en sus hazañas pesqueras. Era más bien un solitario
al que a menudo veíamos fondeado muy cerca de la bocana del
puerto, frente al segundo noray, allá por los años 50.
A veces le acompañaba otro pescador local al que llamaban Cristo.
Ramón era un hombre mas bien serio
de carácter. Había sido cazador antes de dedicarse a
la pesca. Su terreno de caza eran las lomas que hay alrededor de la
torre del Moro. Dicha zona de monte bajo, ahora atestada de chalets
y urbanizaciones, hace unos 50 o 60 años estaba totalmente
deshabitada, y en los matorrales que la poblaban, criaba la perdiz,
la liebre y el conejo.
Cuando iba a pescar, alquilaba un bote en
la pequeña playa, muy cerca del Miramar, a un buen pescador
de aquella época al que le faltaba una pierna, y al que, con
una jocosa ironía popular, un tanto despiadada, se le conocía
como “el bailarín.”
Ramón pescaba con” flucha”,
aparejo formado por un fino cordel de cáñamo y camada
que primitivamente era de la llamada “tripa”, obtenida
por el estiramiento del cuerpo y los órganos sericígenos
de gusanos de seda previamente tratados. La línea de nylon
apareció entre nosotros como hemos dicho a finales de los años
40.
Consultando el magnífico álbum
fotográfico de Manolo Guardiola, me quedé
sorprendido al comprobar que desde el año l957 en el que Ramón
pescó un formidable palometón de 25 kilos, hasta el
62 en el que capturó un enorme rech de 31, prácticamente
todos los años cogía alguna pieza de mas de 25 kg. y
todas dentro de nuestra entonces rica bahía. Cuando pescó
este rech, Ramón tenía nada menos que 68 años.
Era considerado en aquella época como "un fuera de serie”,
siendo admirado por sus colegas de entonces. Fue padre y abuelo de
otros grandes pescadores del Club Náutico de Torrevieja.
El llamado rech o reig es la corvina, y
según la nomenclatura científica, se trata del Argirosomus
regius, que quiere decir cuerpo de plata regio.
Antiguamente era frecuente ver corvinas en
la antigua lonja del pescado pero, por desgracia, es una de las especies
que ha desaparecido desde hace años de nuestro litoral. Las
revistas de la especialidad refieren aún capturas frecuentes
de la misma en aguas del estrecho.
Ramón
Genovés y Antonio Pascual del Riquelme
Fue una gran persona y un gran pescador.
Falleció en plena madurez por un accidente de tráfico.
En sus últimos años se dedicó (junto con otro
pescador, Roberto Balaguer), de una manera apasionada,
tal como lo hicieran a la pesca deportiva, a otra clase de pesca.
La que aquel Pescador del Mar de Galilea quería que ejercieran
sus amigos hace casi 2000 años. “Yo os haré pescadores
de hombres”.
Fue director de una escuela de Cursillos de
Cristiandad que tanto bien espiritual hizo por aquella época
y por los que pasamos un montón de gente de Torrevieja y Orihuela.
Ramón, pese a tener grandes amigos pescadores, era de ordinario
otro solitario pescador que capturó, tal como lo hicieron Ramón
Blanco, Bellod, Riera etc., los más grandes trofeos deportivos
de aquellos años. Manolo Guardiola y
Antonio Pascual del Riquelme fueron a veces sus únicos
compañeros de pesca.
He seleccionado procedente también
del archivo de Guardiola estas dos excepcionales pesqueras.
Esta que cuento sucedió en el verano
de l.958. Aquella mañana decidieron ir a pescar desde los roquedales
de misma punta de Cabo Roig. Ya conocían el pesquero de otras
veces y esperaban clavar algún déntol. Llevaban de cebo
una cuantas sepias de 6 o 7 cm. Pescaban con un par de cañas
de bambú, con carretes Luxor con una capacidad de 300 m. de
línea del 45. Utilizaban también camadas del mismo grosor,
con dos anzuelos, uno para sujetar por la punta la sepia y otro más
grande clavado cerca de la cabeza. Por encima del quitavueltas pusieron
un plomo corredizo no muy grande.
“Hacía poco que había
amanecido cuando lanzan sus aparejos hacia una poza de unos cuantos
metros de profundidad, que había cerca de la de la orilla.
A continuación encajan la caña entre las piedras y dejan
libre la línea, poniendo un papel de fumar pegado al sedal,
entre las dos últimas anillas de la caña. Era aun muy
temprano cuando Tono, sentado unos metros detrás de la caña
ve que el papelillo se desliza rápidamente y empieza a salir
línea primero lentamente y luego con gran rapidez. Coge la
caña, y deja aún que salgan 20 o 30 metros, entonces,
gradúa el freno y da un tirón. Y desde ese momento empieza
una larga lucha en la que se alternan los dos amigos en su combate
con aquel pescado. La faena duró dos horas y media hasta que
poco a poco lo vencen y van aproximando al canto de las rocas.
Ya cerca, las grandes aletas de su cola cortan
la superficie del mar viendo entonces su silueta alargada, por lo
que uno de ellos dice ¡pero si es un tiburón...!. Tono
aprieta un poco mas el freno, retrocede unos pasos con la caña
hecha un arco y Genovés se mete en el agua y con ayuda de un
gancho lo arrastra hasta las piedras. Están asombrados. Aunque
sabían de su existencia, jamás habían cogido
nada igual. Era lo que llaman aquí una reja, también
llamado Guitarrón.
Un guardia del cuartel de Cabo Roig, (entonces con aspecto desolado
y solitario), que había presenciado desde arriba la faena,
les ayuda a subirlo por el acantilado y a meterlo dentro del coche.
En la puerta de Guardiola se hicieron esa foto. La enorme “reja”
pesó 17 kilos y medía casi dos metros, talla máxima
conocida.”
El Guitarrón es muy raro de ver en
el Mediterráneo y actualmente debe haber desaparecido de nuestras
aguas litorales. Es pariente cercano del pez guitarra o violín,
del que se diferencia por su quilla rostral algo diferente, y por
su mayor tamaño.
La otra no menos espectacular captura con
la que aparece Genovés es una enorme Mantellina (una variedad
de gigantesca raya), llamada también Manta o raya mariposa,
a la que cortaron su pequeña cola porque lleva como el chucho
un aguijón venenoso. Esta raya pesó nada menos que 39
kilos y tenía mas de dos metros de ancho por uno de largo.
Fue capturada pescando en las playas de Lo Ferrís, utilizando
también de cebo una pequeña sepia. En aguas americanas
dicen que la raya mariposa alcanza hasta los 4 metros de envergadura,
pero según los biólogos, esta de Genovés debió
ser una de las mayores mantellinas capturadas en el Mediterráneo
por un pescador deportivo.
La otra raya-manta, o pez diablo, más conocida a través
de reportajes televisivos, tiene una forma diferente. Existe también
en el Mediterráneo pero es menor que la variedad atlántica
o gran pez diablo
Gillermo Bellod
Era un médico oriolano muy famoso,
especialista en dermatología. Fue además un gran apasionado
de la pesca deportiva. Le acompañaban a pescar a menudo sus
hijos José M.ª y Guillermo, actualmente
profesor de Bellas Artes en Valencia y pintor de fama dentro y fuera
de España.
Don Guilermo era un hombre afable, con gran
sentido del humor y muy habilidoso. Fue capaz de diseñar y
fabricar, al lado de su propia consulta en Orihuela, una lancha a
la que mas tarde dotaría de uno de los primeros motores fuera
de borda que llegaron a Torrevieja.
Aquel día del mes de Julio de l.956,
había salido de pesca con su hijo Guillermo en su pequeña
lancha. Se fondearon cerca de la punta del puerto. Utilizaban además
de las cañas valencianas, las fluchas ya descritas, que enrollaban
en grandes panetas de corcho.
Calaron dos líneas con alachas encarnadas
en grandes anzuelos empatillados con cable de acero, en busca de las
choas que abundaban entonces en la bahía.
"Un tirón brutal hace salir toda
la lienza que tienen adujada en la cubierta de su pequeña embarcación,
y aunque tratan de frenarla, no tienen más remedio que soltar
la gran paneta para que no rompa el sedal intermedio. Al principio
ésta empieza a girar vertiginosamente en el agua hasta agotarse
la línea. Luego ven que se hunde en el mar para aflorar al
poco tiempo.
Guillermo y su hijo sueltan el bote del fondeo
y empiezan a perseguir la paneta a la que no terminan de alcanzar.
Llega un momento en el que están muy
cerca y entonces Guillermo hijo, se tira al agua con un cuchillo de
bucear en la cintura, alcanza la paneta y empieza a cobrar la lienza.
Su padre logra coger entonces la paneta ayudándole a recoger
línea.
El chaval llega hasta el pescado, un
enorme palometón, que está ya muy agotado. Se abraza
a él y le clava el cuchillo en un costado que ayuda a dominarlo.
Pese a ello, aquel gran palometón aun fue capaz de sumergirse
un par de metros hundiendo con él a Guillermo que no lo suelta.
Nada rápidamente hacia arriba y por fin con ayuda de su padre
lo meten en el barco." Aquel precioso animal, pesó 23
kilos.
Pepe el Bollero
Había un pescador torrevejense
que dominaba como pocos del arte de la pesca de la lubina, cosa que
por otra parte no es nada fácil, dado el recelo natural de
este precioso animal. Se trata de Pepe “el bollero”.
La técnica y utillaje de Pepe no podían
ser más simples, pero tremendamente eficaces. Pescaba el llobarro
preferentemente en las noches de primavera y verano. Utilizaba fluchas
finas de nylon del 40 al 50, sin plomo, encarnando medias sardinas
muy frescas o filetes de la misma, anguando muy a menudo con puñados
de sardinas machacadas.
Pescaba desde un bote en las proximidades
del talud, cerca de la escollera pero su sitio favorito era el muelle
pesquero. Una vez caladas sus fluchas, les ataba en la línea
un trocito de plástico blanco y fino, para poder ver correr
el sedal en la noche y que éste saliera sin ofrecer resistencia
alguna. Cuando el llobarro se llevaba la sardina en la boca, el plástico
saltaba al agua. Es entonces cuando “el bollero”, con
un buen tirón, clavaba uno tras otro.
|
A
la izquierda de la foto, Pepe el bollero, que además de
un experto pescador con fluxa lo era también del atún
gigante con línea de mano.He aquí uno de los atunes
que capturamos juntos |
Una mañana, mientras estábamos
mar adentro esperando pacientemente la picada de un atún gigante,
me contó lo siguiente:
“Aquella noche, mientras estaba calando
mis fluchas, no hacía mas que pensar en mi chaval. Por eso
me encontraba triste y decaído. Dentro de unos días
iba a hacer mi hijo la Primera Comunión, y yo estaba atravesando
un mal momento económico. Con sacrificio le había comprado
ya su traje de marinero, pero para ese día y pese a la ilusión
del chico, no podría invitar a los 30 o 40 amiguitos y compañeros
de clase tal como queríamos los dos.
Con ilusión y esperanza había
bajado al muelle por si un golpe de suerte me proporcionaba unos cuantos
llobarros para venderlos directamente en algún restaurante.
La noche era clara ya que luna estaba casi
llena. Hacía frío pese a estar ya a finales de mayo.
Me encontraba solo en el muelle. Unicamente el guardia del puerto
de vez en cuando se acercaba para preguntarme: -¡ Bollero! ¿Pican?.-
Hasta las dos de la mañana no se movió
ningún trocico de plástico de las líneas. De
pronto, uno de ellos se deslizó primero lentamente para volar
materialmente en el aire a continuación. Cogí la línea
y dejé que ésta resbalara unos metros entre mis dedos
. Luego di un tirón muy medido para clavar. ¡ Debía
ser enorme! - pensé.
Poco a poco lo acerqué y tras varias
salidas, frenadas con mucho tiento, dada la finura del aparejo, puse
el pescado junto al muelle. Sujeté la línea con la mano
izquierda y con la derecha metí en el salabre un “presioso”
llobarro de más de 3 kilos.”
A partir de ese momento, las carreras de Pepe
fueron continuas tratando de agarrar rápidamente las líneas
y sus marcas blancas de plástico, que volaban una tras otra
por encima del muelle. El guardia del puerto estaba asombrado. Un
montón de lubinas entre uno y 3 kilos fueron subidas al muelle
en un par de horas. Pepe estaba radiante pues sabía que con
los llobarros aun coleteando que llenaban ya un saco, conseguiría
dar una alegría a su hijo en el día de su Primera Comunión.
Y así fue. Aquel día, aparte
de las alegrías y emociones propias del momento, hubo monas,
dulces y chocolate para los amigos de su hijo e incluso para medio
barrio.
INDICE : EVOLUCION DE LA PESCA DEPORTIVA
PESCA EN LOS AÑOS 60