La Torrevieja de mi infancia,
hace unos 75 años, era un pueblo marinero que ofrecía
un veraneo tranquilo y barato para los ya muchos visitantes de Madrid
, Murcia y la Vega Baja que pasábamos el estío junto al
mar
Vienen ahora a mi mente, como gratos recuerdos
de mi infancia, las imágenes de aquellas noches de verano que
desde el paseo de las Rocas, veía deslizarse lentamente las luces
rojas y blancas de las mamparras al salir del puerto, al tiempo que
oía el tam tam tam de aquellos motores de un solo pistón,
que me llegaba mezclado con el rumor de las olas al romper en las piedras
de la orilla. Y también recuerdo otras sensaciones de aquellos
momentos, tales como las del olor del agua y de las algas, que me traía
la fresca brisa marina que acariciaba mi cara.
Dulces recuerdos de mi niñez, formados
con imágenes queridas de esa pequeña villa marinera que
era la Torrevieja de antaño, que se unen al grato recuerdo de
inolvidables amigos de mi infancia, en la playa, con el telón
de fondo de un precioso mar, a veces adornado con las airosas velas
blancas, de pailebotes o barcos a vela latina, dibujadas sobre un horizonte
azul y luminoso.
Recuerdo, como si fuera hoy, la llegada al muelle
de los barcos pesqueros con sus cestos llenos de peces aún palpitantes,
así como también recuerdo las plácidas tardes de
pesca en la escollera, junto a mi padre, viendo los últimos rayos
del sol poniente reflejados en las tranquilas aguas de la bahía,
solo quebradas por el doble o triple salto de peces de plata que se
bañaban en la luz del atardecer. Todo ello y otras muchas inolvidables
imágenes y sensaciones íntimas y emotivas se grabaron
fuertemente en mi alma y conformaron mi amor por esta tierra.
Pese a sus riquezas naturales, la Torrevieja
de la postguerra era un pueblo pobre, donde los recursos pesqueros eran
mal cotizados y la explotación y exportación de sal era
aún escasa. Por ello, muchos torrevejenses alquilaban sus domicilios
habituales o sus segundas viviendas a gente como nosotros, procedentes
sobre todo de la Vega Baja, pero también de Murcia capital e
incluso de Madrid. Algunos vecinos pescadores, habilitaban como hogar,
durante el verano, sus frescos almacenes, viviendo durante unos meses
rodeados materialmente de redes, pequeñas embarcaciones auxiliares
y pertrechos de pesca. Aun recuerdo el característico olor a
brea de estos provisionales hogares de mis nuevos amigos. Alquilando
sus domicilios habituales, conseguían unas pesetillas de reserva
para cuando en el invierno, los malos tiempos les impidieran recoger
los frutos de la mar.
Los primeros recuerdos que
tengo, con relación a la pesca deportiva, se unen a la imagen
de mi padre pescando con su larga caña valenciana y así
mismo recuerdo el característico olor a la masilla que utilizaba
para pescar y que el mismo preparaba con sardinas saladas o anchoas
y harina.
A los 5 o 6 años me puso en las manos
mi primera caña, de dos empalmes y de unos 3 metros de larga.
Y empecé pronto a disfrutar junto a él, de la pesca de
aquellas primeras piezas, raspallones o vidriadas, que primero hundían
la bolla roja de corcho de mi caña y luego se debatían
allá abajo con bruscos coletazos resistiéndose a subir.
Por fin, el triunfo al tener entre las manos esas mis primeras capturas,
y ver orgulloso la mirada satisfecha de mi padre, sintiéndome
entonces más cerca y más amigo de él.
Recuerdo despertares en los que espiaba desde la cama
el ruido de las olas que morían a unos metros de la puerta de
nuestra casa. Si se percibía sólo el rumor ligero del
agua, señal de que había calma, saltaba rápido
de la cama y cogía la caña y la masilla. Al poco estaba
tentando a los pequeños raspallones y salpas de un hoyo un poco
profundo junto a las rocas de la orilla.
Recuerdo personajes, entrañables para
mí, como el “tío Carral”(
foto de arriba), con su cara tostada por el sol llena de arrugas,
su cuerpo encorvado por el peso de los años y de tantas jornadas
en la mar, su hablar con acento valenciano que yo encontraba tan extraño...
pero sobre todo recuerdo el cariño que me demostraba y su paciencia
en enseñarnos a sus nietos Pepe y Juan y a mí, los trucos
de la pesquera.
Más tarde conocí a otros expertos
pescadores locales de aquella época como “el cancaneo”
o “el bailarín”( llamado ironicamente así
a aquel excelente pescador que andaba con muletas). Dada la habilidad
de estos en la pesca con caña o fluxas y la riqueza piscícola
de la bahía, esta actividad les permitía vivir modestamente,
ayudándose con los ingresos que obtenían con el alquiler
de sus pequeñas embarcaciones, botes a remo o jarbetas.
Un gran pescador deportivo torrevejense fue
Jesús Villena“el Torres,” bromista
y socarrón como el sólo, con un gran corazón en
su también grande humanidad, pero sobre todo, fino en este arte
de la pesca.
Recuerdo algunas pesqueras que hice con Jesús
cuando yo tenía 16 o 17 años, que comenzaban a las 3 de
la madrugada de noches oscuras y tibias del verano, en las que eludiendo
la vigilancia de los guardias del puerto, “hacíamos gamba”
con el gánguil. Era este una pequeña red de arrastre con
su boca formada por una media circunferencia de hierro que se arrastraba
por el fondo de los algares. Conseguíamos así medio capazo
de pequeñas gambas rojas que abundaban en las praderas de Posidonias
y “lechuguino”de la bahía. Después, en los
días buenos, montábamos dos pares de remos en su jarbeta
y bogando íbamos a pescar en las piedras del lastre, a una milla
del embarcadero, donde se conseguían fácilmente un par
de capazos de mabres, pajeles, raspallones y vidriadas.
Pero la pesca deportiva de aquellos años se realizaba más
desde las playas y calas y desde el muelle pesquero y sobre todo desde
la escollera del puerto, roto pocos años después de su
construcción por violentos temporales de levante.
Como consecuencia del insuficiente refuerzo de su basamento inicial,
el agua del mar abierto se filtraba por debajo del puerto. En la parte
interior de la escollera, y especialmente en su primer tramo, se formó
un talud a causa de las corrientes y de los aportes continuos de arena
limpia suspendida en el agua. Pocos años después, la arena
depositada especialmente durante los temporales de levante, generó
una pequeña playa en la que las traíñas desenmallaban
sus redes limpiándolas de las pequeñas sardinas prendidas
en las mismas. Por todo esto, se originó un lugar de pesca formidable
muy rico en llobarros, mabres, doradas, choas, etc. que hacían
las delicias de los pescadores deportivos.
Desenmallando junto al talud |
En la línea de este
limpio talud, sea desde botes fondeados cerca del mismo, o metidos en
el agua hasta la rodilla o desde pequeños montones de piedra
colocados cerca del corte, no era raro hacer pesqueras de ensueño.Alli
nos reuníamos pescadores forasteros, como Bellod con su jarveta,
acompañado de "el Torres", Flores, Muñoz, Roberto
Balaguer, con otros locales, como los citados "Bailarín"
o "Cancaneo".
En la foto de Senén aparece mi padre sentado
en uno de estos puestos y el autor, con sus 6 años de edad preparando
su caña en la orilla de la playa. Recuerdo pesqueras de 18 o
20 llobarros de incluso 3 o 4 kilos que varábamos cuidadosamente
en la arena para no forzar nuestras frágiles camadas.
Utilizábamos las llamadas cañas
valencianas (simples cañas rectas de los cañaverales de
la vega del Segura) perforadas en su interior para hacer pasar la línea
de pesca que era de hilo trenzado.
Los carretes,
si es que llevábamos, eran de madera y solo servían para
contener la línea y ”filar” cuando el pescado era
muy grande. La recogida de la línea se hacía a mano desde
el orificio próximo al carrete, con el consiguiente riesgo de
liarse la línea. Al principio de los años
40, las camadas se hacían empalmando trozos de unos 30 cm. de
sedal transparente, obtenido directamente de los gusanos de seda mediante
su estiramiento, previo un tratamiento especial. Su resistencia era
lógicamente escasa, y las roturas de aparejos, frecuentes.
Se pescaba también con fluxas hechas con lienzas finas de cáñamo que se tintaban con
la brea de las redes para hacerlas más duraderas. Los terminales
eran de "tripa” gorda - como se llamaba entonces- o camadas
de alambre para choas o piezas grandes. Un experto en estas pesqueras
fue Ramón Blanco del que más adelante hablaré.
Las líneas de nylon aparecieron
entre nosotros a finales de los 40, y los carretes de tambor fijo, llamados
entonces “de lanzar”, no se empezaron a generalizar en Torrevieja
mas que a partir de 1.952
Palometón de 28 kilos conseguido por Genovés
en la bahía usando una de las primeras cañas "de
lanzar" |
. Los primeros que nos llegaron
eran nacionales, dada la dificultad de importación de aquellos
años. Las marcas de aquellos primitivos carretes me las recordaba
hace poco Manolo Guardiola, eran los Ytxaspe y Sagarra. Recuerdo, por
cierto, la reticencia de los pescadores veteranos en aceptar ese tipo
de carretes al venir de la mano, de ordinario, de pescadores novatos
de las grandes ciudades; pero poco a poco se fueron imponiendo gracias
a las grandes ventajas que aportaban sobre los tradicionales carretes
de madera. Al principio se montaban sobre cañas de bambú.
Con ellas se consiguieron piezas importantes, tal como la que muestra
Ramón Genovés, uno de los pioneros en el uso de este tipo
de cañas para la captura de grandes peces, ya que antes solo
se pescaban, como he dicho, con “ fluchas”. La utilización
de la fibra de vidrio para la fabricación de cañas, ocurrió
unos pocos años después de la aparición de aquellos
primitivos carretes “de lanzar".
Nos surtíamos de pertrechos de pesca
en dos únicas tiendas dedicadas a ello. Una era la de Godofredo,
que era mas bien un pequeño “colmado” en el que se
vendían las mas dispares cosas: botijos, sombrillas, cañas
de pescar, escobas etc. etc. Había otra de mas prestigio, y que
perduró hasta hace bien poco, que fue la ya citada de Manolo
Guardiola, que estaba junto a la peluquería de su padre,
que además de vendernos sus cañas, anzuelos, masillas
especiales etc. nos brindaba sus consejos y su experiencia en la pesca.
Los cebos que utilizábamos entonces,
eran como ahora: la sardina, la alacha y también la masilla .
También pescábamos con pequeñas gambas cogidas
en los huecos de las rocas o arrastrando de noche el “gánguil”
por los fondos ricos en vegetación de la bahía. Los más
hábiles y pacientes cogían el “cuco” pequeña
lombriz presente entonces en todas las límpias y no contaminadas
arenas de las playas torrevejenses. Aún no se conocía
en Torrevieja la variedad tan grande de gusanas de mar que se ofrecen
hoy (titas, de veta ,”coreanas etc”) También pescábamos
con pequeños raspallones vivos con los que se conseguían
de vez en cuando déntoles tremendos que frecuentaban los algares
y fondos de lechuguino de las transparentes aguas de la bahía.
Pescadores inolvidables
de aquellos años
Personajes muy conocidos en el mundo de la pesca
deportiva de antaño pueden ser entre muchos, los asiduos pescadores
de caña como Enrique “el Botas”
o Dª Lola Montero viuda del tenor Genovés,
estos últimos, padres de un entrañable amigo y gran pescador,
Ramón Genovés.
A Enrique Cánovas “el Botas”
lo conocí allá por los años 40. Era un sombrerero
de Torrevieja apreciado por todos y con un gran sentido del humor. Era
un gran aficionado a la pesca con caña y se le veía a
menudo en las tardes de verano pescando en el antiguo muelle Mínguez
o del “Turbio”.
Hay muchas anécdotas sobre él,
pero voy a contar dos presenciadas por mí y otra que me contó
hace poco un buen amigo suyo,”el cheta”
Dado su carácter y su chispeante humor,
reunía siempre a su alrededor muchos “mirones” del
pueblo y forasteros en vacaciones. Recuerdo su respuesta, un día,
a uno de estos "mirones" que le preguntó: -¿
Pican, maestro?- El se volvió y con su mirada socarrona le contestó:
-¡ A mi no, pero a éste (refiriéndose a un pequeño
desarrapado que se rascaba la cabeza) se lo comen vivo!-
Una broma que repetía a menudo con los
forasteros no avisados, era aquella que gastaba cuando algún
incauto le preguntaba que qué pescaba. El sin inmutarse contestaba
que “pesigués”, (un cangrejo de aguas mas profundas,
el cangrejo real, que no existía ni por asomo en la bahía.
Ver bajo).
El caso es que con su aparente
seriedad y en combinación con gente del pueblo que enseguida
“le seguía la corriente”, hacían ver al incauto
de turno, a través de la transparente agua de la bahía,
muchos “pesigués” en el fondo del agua.
Un amigo suyo,” el cheta”,
viejo pescador de atunes, me contaba hace poco en el muelle otra broma
de Enrique. Como casi siempre, el blanco fue un incauto forastero.
Aquel día Enrique la tenía bien preparada. Estaba pescando
en el muelle rodeado de su grupo incondicional de mirones. La tarde
se le estaba dando bien y uno tras otro estaba cogiendo decenas de raspallones.
A esto un madrileño le dice muy fino: !Oiga por favor, señor,
¿puede decirme como hace esa masilla con la que pesca o dónde
la compra?
Enrique se vuelve muy serio y le explica -!Esto
no es masilla, es "culibrín" y no la hago yo! !A mi
me la mandan directamente de Dinamarca!
- Hijo, le dice a su chaval que estaba sentado a su lado, dame la carta
que me ha llegado hoy del extranjero -.
Con ella en la mano se la muestra al forastero.
En el sobre ponía:
Enrique Canovo. Piscattore
deia canna. Muelle pesquiero.Torrevieja. Spain
Enrique todo servicial añade: - Aquí
en Torrevieja, la casa que fabrica el “culibrín”,
tiene una sucursal. Le puedo dar la dirección
si quiere- El otro asiente encantado.
Enrique le explica entonces: - Mire, tome aquella
calle hacia arriba, y ya casi a la salida del pueblo, pregunte por el
campo de fútbol. No tiene pérdida. Enfrente mismo verá
una casa con fachada azul. Pregunte allí.
El forastero se va hacia allá. La casa
de la fachada azul está cerrada. Llama y al poco sale una mujer
de alguna edad muy pintarrajeada. -!Pasa, pasa! -le dice.
Aquel a continuación le indica- Vengo
por lo del "culibrín". Aquella se le queda mirando
un poco y luego sonriendo con aire de complicidad le dice -!Ah sí,
el culibrín! Espera un momento -.
Al poco viene con una buena moza en ropa interior
que con desparpajo le echa los brazos al cuello al asombrado madrileño
y restregádose con él le dice:
-!Con que tu lo que quieres, chato, es "culibrín"....!
En ese momento nuestro hombre, que ya estaba
algo "mosca", se da cuenta de donde está. Su cara enrojece
hasta las orejas de vergüenza y "cabreo" y se larga de
allí dando un portazo.
Se dirige furioso al muelle, pero claro Enrique no está ya allí
y nadie le da la explicación de quién es el " pescador
gracioso e hijo de p..." que estaba allí hacía un
rato.
Días después Enrique le contaba
a su amigo “el cheta”: !He tenido que estar lo menos 5 o
6 días pescando en la pila de mi casa...¡ !Cualquiera se
arrima al muelle después de aquello..!
D.ª Lola Montero
era dueña de una casa prominente en la parte alta de Torrevieja
( Torre-Montero), que por cierto, junto con la chimenea de la cerámica
nos sirvió durante años para tomar las “señas”.
Pues bien, Dª. Lola era otra de las pescadoras asiduas del muelle
Mínguez.. La estoy viendo sentada en su pequeña silla
de anea, con su falda hasta el suelo y su gran sombrero de paja, pescando
hábilmente montones de raspallones que introducía en la
cesta de mimbre colocada a su lado.
Y ahora quiero referirme al
que fue amigo y compañero de tantas pesqueras de mi infancia
e indudablemente mi maestro y el de mi hermano en este apasionante deporte.
Me refiero a mi padre, Andrés Javaloy Lizón
gran persona, sencillo y afable y que amó también este
pueblo y a sus gentes, hasta su muerte. Fue un apasionado de la pesca
y el que introdujo en mí la ilusión por este deporte.
Andrés
Javaloy enseñando a pescar a unos de sus nietos, M.Monzón
|
Era oculista, y antes de ir a pasar consulta,
durante los 3 o 4 meses que pasábamos en Torrevieja, casi todos
los días, a las 5 o 6 de la mañana, se le podía
ver en el muelle o en el talud, al comienzo del puerto, tentando al
llobarro ( su pieza favorita). No era raro verlo aparecer por casa,
una hora después, con una preciosa lubina. Entonces dejaba la
caña en el patio se aseaba y rápidamente se iba a coger
el autobús, de la empresa Samper, que salía a las 7 de
la mañana y que lo dejaría en Orihuela, cerca de su consulta
de la Seguridad Social.
El trayecto Torrevieja- Orihuela- unos 30 km
de distancia- se hacía en una hora larga, durante la cual, los
sufridos viajeros de entonces eran traqueteados y sacudidos concienzudamente
a bordo de aquellos “cacharros” de la postguerra, atestados
de gente, por una carretera sin asfaltar y llena de baches. Para mas
“solaz” del público, el autobús tenía
que pasar, en su único viaje diario, por S. Miguel de Salinas
y también por los Montesinos, y parar, cuantas veces fueran precisas,
para cargar gente y otros compañeros de viaje, como pollos conejos
etc. eso sí, muy bien empaquetados entre el público de
dentro del autobús o entre las 7 u 8 apretujadas personas que
iban encaramadas en la “baca” de aquellos trastos infernales.
 |
Había un compañero de mi padre, D. Amancio Meseguer, con
gracejo y un gran sentido del humor, pese a su aparente seriedad. El
y D. Guillermo Bellod, con no menos dosis de socarronería y humor,
compusieron durante los interminables trayectos Torrevieja - Orihuela
unos “ripios” dedicados a estos “confortables” viajes diarios. Recuerdo algunas estrofas como las que siguen:
La escena transcurre en el interior del autobús.
| |
¿ Qué cosa es veranear?
no dormir ni descansar.
Al menos podrás gozar
cuando tengas que viajar.
En Montesinos suben cuarenta
y ya va uno, que revienta. ¡Meta usted el culo “pa”dentro
Que se complete el asiento! ¡Saque usted el culo “pa”
fuera!
te gritan como una fiera.
|
Todo funcionaba “así
de bien”.... si podían retornar a Torrevieja en el autobús
de vuelta, a la una de la tarde. Si por su trabajo no llegaban a tiempo
para tomarlo, en boca de uno de ellos, y remedando la célebre
partida de 7 y media de “La venganza de D. Mendo” decía
...
...pero ¡ay de ti si te pasas!
¡si te pasas, es peor!
Porque tampoco ofrecía mejores perspectivas
aquellos años, la “oferta” de la Renfe, para los
que tenían que trabajar por las tardes en Orihuela. No había
entonces autobús de tarde como ya he dicho, y los coches particulares
(de importación todos, claro), eran escasísimos. Nos llegaban
además 10 o 20 años después de su fabricación,
por lo que esos cortos viajes por la citada carretera, para los afortunados
poseedores de “coches de importación”, era poco menos
que una aventura. De ahí que el sufrido padre de familia retornaba
a su lugar de “veraneo”, a bordo de un desvencijado tren.
Este era el célebre- por sus retrasos- "granadino".
Con un poco de suerte, y saliendo de Orihuela a las 10 de la noche,
previo transbordo en Albatera, se dirigía por fin el veraneante
a Torrevieja, “el pueblo de sus sueños” (efectivamente,
solo iba a dormir), donde llegaba a su apartada estación a eso
de las doce de la noche. Si el granadino venía con el retraso
acostumbrado, entre la una y las dos de la madrugada sería la
hora de llegada a Torrevieja.

La estacion y tartanas en su puerta |
Allí, el sufrido veraneante
cogía una tartana que lo dejaba al fin en su casa, de ordinario
en la zona de “ las punticas”,( situada mas o menos entre
el Paseo de las rocas y la playa de los Locos). Quizás entonces
su mujer (si estaba aún despierta), le contaba lo bien que lo
habían pasado los críos en la playa, (era un consuelo)
y el formidable arroz y mariscos fresquísimos que habían
comido al mediodía, acordándose él ( y ya no era
tanto consuelo), del triste par de huevos fritos que le habían
hecho en el bar de la esquina en Orihuela.
Bueno pues, a pesar de todo, muchos prolongábamos
la estancia aquí desde primeros de Junio a finales de Septiembre,
entre otras cosas por la afición al mar y a la pesca de nuestros
padres, que al fin, en su mes de vacaciones, gozaban plenamente de su
pasión favorita.
En los años 40 había mucha gente
joven aficionada a la pesca con caña. Recuerdo mi peña
de amigos : Perico y Pepe Medina, Manzanares, Abadía, Sánchez
y otros, que nos reuníamos a menudo por las tardes en una amplia
roca de la escollera ("la Isabela"), desde donde se hacía
magníficas pesqueras de dobladas, sargos etc. Era uno de los
grandes alicientes de Torrevieja para muchos de nosotros.
En aquellos años, la bahía estaba
abierta al no existir aún el Muelle de Poniente o de la Sal.
La riqueza en vida marina, dentro del puerto era entonces extraordinaria,
hasta tal punto que no era raro ver dentro de ella grupos de delfines
atacando las manadas de pardetes o lisas. Era un placer además,
ver saltar por encima de las tranquilas aguas de la bahía preciosos
ejemplares de mújoles de un par de kilos
Recuerdo incluso, que una tarde, estando pescando
con un grupos de amigos en la punta de aquel puerto, entonces roto,
vimos saltar a pocos metros de la misma, un enorme atún de mas
de 100 kilos persiguiendo a un banco de despavoridos peces. Hablando
de la abundancia de peces en la bahía me comentaba un viejo lobo
de mar, Pepe Ruso, hijo del antiguo patrón del
“ Faraón”, que dentro de la misma y pegadas al muelle,
se veían ocasionalmente melvas, persiguiendo los cardúmenes
de pequeños boquerones.
Otro veterano pescador Juanitín, el “Macoco”,
me contaba también, que cuando la necesidad apretaba, y no se
podía salir fuera por mala mar, en noches sin luna, para no ser
vistos por los guardias del puerto, calaban sus trasmalles o sus boliches
cerca de la escollera, consiguiendo a veces 7 u 8 cajas de doradas,
sargos, lubinas etc.
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Pesca en los Años 50
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