Publicado por Pesca a Bordo en 1999.
Hace no mucho, (esto fue escrito en 1998) tuvimos la fortuna de descubrir un pesquero, probablemente inexplorado, al que por su abundancia en gallinas pusimos ese nombre. El cabracho o Scorpaena Scrofa, es conocida en nuestra zona con el nombre de gallina, llamando en Torrevieja, pollos, a la gallineta o Helicolenus dactylopterus.
Es ésta, una pariente lejana del cabracho, y vive como sabemos en aguas mucho más profundas que este último.
Pues bien, según pudimos comprobar, que en este gallinero, seguramente, ni los “viejos lobos de mar” profesionales habían echado sus redes, ni los mas astutos “zorros” deportivos habían invadido, este “corral”, con sus anzuelos. Lo hallamos por pura casualidad. Siempre que íbamos a la pesca del atún gigante, rastreábamos con la sonda toda la columna de agua, teniendo, además, conectada la alarma de pescado. Aquel día, pasábamos por una zona algo alejada de un roquedal submarino muy conocido . Nos llamó la atención la presencia de una pequeña roca que apenas se elevaba un metro del fondo fangoso que le rodeaba, pero que tenía manchitas amarillas que indicaban vegetación (probablemente gorgonias) con pequeños penachos azul claro de pescado pegado al piso. Como siempre, anotamos su posición en nuestro libro de a bordo, completando este dato con sus “señas” o enfilaciones que siempre resultan mucho más precisas (en aquella época , se entiende).
Cuando terminó la temporada del atún, decidimos visitarlo. Aquel primer día, además de otras piezas, subimos a bordo nada menos que 6 gallinas añosas que pesaban entre dos y tres kilos cada una. Fuimos allá dos o 3 veces más, consiguiendo un total de 12 o l4 gallinas en un área de pesca de 10 a l5 metros por unos 40 o 50. La última vez, pescamos ejemplares pequeños que, tal como tenemos por costumbre, devolvimos al agua. Además cogimos bastante menos pescado de otras especies que en otras ocasiones. A la vista de esto, decidimos dejar en paz el pesquero por lo menos un par de años.
Este año volvimos allá de nuevo.
Con los primeros claros del día, soltamos amarras en el Club Náutico de Torrevieja. Vamos a bordo, Manolo, José Sebastián, Antonio el “barbas y yo. La mañana se presenta espléndida. Pese a los años que llevamos en el “oficio”, la alegría e ilusión se refleja en nuestras caras. Porque cada salida al mar conlleva una nueva y gozosa esperanza de disfrutar de una agradable jornada en contacto con la Naturaleza y de la posibilidad de sentir alguna de las muchas emociones que nos proporciona este apasionante deporte.
Las luces de otros barcos deportivos nos acompañan mientras navegamos lentamente dentro de la bahía. Al sobrepasar la bocana, “metemos máquina” para despegarnos de posibles competidores y sobre todo para estar anclados cuando los primeros rayos del sol, atravesando las cristalinas aguas, empiecen a iluminar el fondo del mar despertando la actividad de sus criaturas. El pesquero está a unas escasas 10 millas . La mar está en calma y el “Chambel” se desliza rápidamente por lo que en unos 40 minutos estamos en la zona. Balizamos como siempre la pequeña mancha de pescado y echamos “el hierro”.
Siempre hay una prisa casi febril por colocar pronto nuestros cebos en el fondo. Aquí no hay mucha profundidad, unos 50 metros , y apenas hay corriente hacia el N.E. que es la que domina en nuestra área, por lo que hoy se va a pescar con comodidad. La plomada coloreada de Sebastián es la que primeramente toca el fondo.
Los demás pescadores nos afanamos ultimando nuestros aparejos. Vemos que, al poco, José da un brusco tirón arqueándose a continuación la puntera de su caña. Su cara se ilumina con una ancha sonrisa. -! Debe ser bueno!- asegura. Antonio prepara el salabre. - !No es uno, son tres!- dice excitado. Brótola, serrano y vidriada. A todos nos regocija el lance, pues es indudable que hemos caído exactamente en el pequeño cantil. Pronto hay gran actividad a bordo pues los toques menudean.
Un vistazo rápido a la sonda que permanece conectada, nos indica que, incluso a unos metros por encima del fondo, han aparecido, además, grandes manchas de pescado que posteriormente comprobamos que son los reflejos de bandadas de jureles, seriolas chuclas y bogas.
Ver bajo Sebastián con un trío.
Escogemos una de éstas y la encarnamos por el lomo en un robusto anzuelo del 4/0, empatillado en una camada de cable de acero de 40 libras . José coloca muy cerca del pescado vivo (y para hacerlo mas llamativo), un pequeño calamar de plástico muy rojo que se moverá al hacerlo la boga . Lastramos este aparejo con un plomo de 200 gr. y con ayuda de la robusta caña de 40 libras lo lanzamos algo alejado de las demás cañas para que no moleste, en busca de piezas grandes.
La pesca continúa. Van saliendo jureles, vidriadas, julias, serranos y algunos pargos y pajeles. Incluso una seriiola de cerca del kilo se clava en el aparejo de mi caña al atacar un cebo en el instante de ser izado del fondo. Presenta una bonita defensa. José Sebastián está de suerte consiguiendo la única gallina que capturamos; y lo que es mejor, viene acompañada de una preciosa vidriada. Ver bajo.
Una de las cañas preparadas con cebo vivo empieza a cabecear. La cojo de su cañero, cierro más el freno del carrete y doy un brusco tirón para clavar. Noto inicialmente tirones violentos, después una resistencia pasiva y de vez en cuando sacudidas bruscas hacia abajo. No me equivoco en el diagnóstico. Se trata de un congrio de cerca de un par de kilos al que, una vez arriba, hábilmente encerramos en el arcón del pescado dejando fuera la pequeña camada para desprenderla del mosquetón sin tener que tocar el bicho. Ya desanzuelaremos luego el congrio cuando se esté quieto.
Antonio parece que se ha especializado en pargos y vidriadas pues lleva ya unas cuantas. Ahora ha cogido una realmente espectacular. Estoy seguro que no baja del medio kilo. Tiene 30 cm que es la talla máxima de la especie según algunos autores. A una como ésta, le calculé por los anillos de crecimiento de sus vértebras, de nueve a diez años, lo que también es indicativo de lo poco “ tocado” que está el pesquero.
La mar sigue en calma. El día es precioso y en la costa, las lejanas montañas se recortan nítidamente sobre un cielo de un azul intenso. Gaviotas argénteas y las de Audouín de pico rojo, esperan pacientemente posadas cerca del barco que les tiremos algún trozo de carnada. Uno se siente feliz en este instante. Yo creo que en el Paraíso del pescador también habrá una mar y un cielo como éste…o debería haberlo. Jesús, el Pescador del mar de Tiberíades, debió preparar algo así allá arriba para sus íntimos amigos también pescadores.
Son las diez de la mañana. Preparo unos bocadillos acompañados de unas cervezas. La gente de a bordo almuerza rápidamente; eso sí con las cañas caladas y sin perderlas de vista.
Es ahora Manolo el que se pone en pie y tira con fuerza de su caña. Su cara, más bien seria, muestra su regocijo.
¡Este es muy gordo!- dice. Tras unos minutos apasionantes aparece en el agua una preciosa chirriola o lucerna que salabro cuidadosamente. Aún cogemos después unas cuantas chuclas y vidriadas.
Es la hora de volver al puerto. Ya de camino comentamos que hoy día desde luego hay que buscar las piedras pequeñas y los pequeños penachos de pescado. Los relieves mas abruptos y llamativos del fondo, están casi siempre esquilmados. Hablamos además de lo bueno que es dejar descansar los caladeros y permitir que se regeneren tal como ha ocurrido aquí.
Torrevieja. Noviembre de 1998.