Me refiero ahora a una pesca tradicional del atún joven que a finales de Septiembre tiene 3 o 4 meses de edad y un kilo de peso y a primeros de noviembre alcanza los dos kilos, pescándolo utilizando cebo natural muerto.
Debo dejar claro que esta clase de pesca está totalmente prohibida y si la incluyo es para dar testimonio histórico de una actividad tradicional en Torrevieja entre profesionales y deportivos y que hoy día denostamos por su efecto nocivo para la mermada, entonces, población del atún rojo. Corrían los años de 1950…
Una vez localizado el banco de atunes. sea por el averío o al capturar uno al curricán, dejábamos el barco al ralentí, quitábamos los aparejos de curri y empezábamos a brumear tirando pequeñas sardinas que siempre llevábamos a bordo por esas fechas. Uno o dos de los tripulantes provistos de cañas cortas en cuyo extremo se colocaba un pequeño pececillo plomado “el porrillo”, lo de dejaban caer al agua por la popa haciéndole dar pequeños saltos de un manera continua. Se imitaba así pececillos saltando en la estela del barco, logrando que los atunes subieran hasta la superficie para atacar los porrillos o el cebo natural. Podía empezar así una pesquera inolvidable. Veíamos cómo surgían como flechas desde la profundidad azul, atunes que atacan ciegamente las sardinas dejadas caer al agua, enganchadas por los ojos de un anzuelo y manejadas con la ayuda de una caña gruesa. De ordinario orientábamos la proa del barco hacia el sol para que el atún se abrigara a la sombra de la popa y los viéramos mejor. Navegábamos lentamente dejando caer la sardina prendida del anzuelo," corriendo la mano" para no arrastrarla; dejábamos así que se hundiera lentamente - como si fuese un pez moribundo - recuperándola luego bruscamente, para repetir de nuevo la misma operación. Otras veces las hacíamos saltar en superficie para provocar su ataque.
A medida que el barco iba navegando, se iban "abrigando", a veces, otros bancos de atunes, con lo que la pesquera podía durar horas. Sucedía a veces que, de un modo inesperado, o coincidiendo con la pérdida de algún atún, el grupo se tornaba indiferente, perdiendo su agresividad. Veíamos ahora bajo del barco, a mas profundidad, sus flancos plateados mas que sus azulados lomos. "Se ponían blancos", según expresión local, y entonces no atacaban. Para despertar de nuevo su agresividad podía dar resultado o fumarse un pitillo dejándolos un rato en paz, o dando una arrancada al barco para hacerlos subir. También era a veces muy eficaz el arrojar agua con una manguera conectada a una bomba, o el más sencillo método de echar agua a pozales para simular pececillos alborotando la superficie del mar, mientras uno de nosotros hacía brincar en superficie consistente el pececito plomado brillante o " porrillo". Al cabo de poco tiempo los atunes se " ponían negros" y agresivos arrancando las cañas de las manos a los más bisoños o rompiendo a veces los sedales con sus ataques fulminantes.