A lo largo de los milenios los primitivos peces placodermos, de los que hemos hablado en otro lugar de la web, fueron diversificándose mediante la evolución por procesos de selección natural, mutaciones y mejor adaptación al medio. Muchas de aquellas especies de peces desaparecieron.
Hay algunas excepciones que indicarían un triunfo de su adaptación desde el primer momento a cualquier variación de temperatura, composición de las aguas, nutrientes etc. Ejemplo de ello pueden ser los tiburones que como hemos dicho permanecen casi con sus formas primitivas desde doscientos millones de años antes de que desaparecieran de los dinosaurios.
Otro pez, el celacanto, incluido en los llamados crosopterigios (con aletas cuyo esqueleto recuerdan el de una mano), que se creía extinguido desde hace 60 millones de años, aparecía sorprendentemente en 1938 en una pequeña población costera cerca de Mozambique.
Pero salvo excepciones los peces han ido cambiando, adquiriendo formas y cualidades para una mejor adaptación a su nicho ecológico.
La rata
Una increíble capacidad de adaptación. Muchas de las adaptaciones evolutivas de los peces han sido necesarias- e incluso prodigiosas- para sobrevivir en un medio marino en el que la vida depende de la posibilidad de cazar o ser cazado.
La rata es un pez estrictamente bentónico que vive en fondos marinos arenosos de la plataforma continental. Es llamado Uranoscopus scaber (mirador de estrellas) pues sus ojos, situados encima de la cabeza, miran hacia arriba, permanciendo operativos cuando el animal entierra el resto de su cuerpo en la arena para ocultarse.
Tiene un color críptico que lo hace indistinguible del fondo y además de haberse armado con espinas dorsales venenosas para defenderse, sus músculos oculares se han trasformado de tal modo que pueden producir descargas eléctricas de 50 voltios para eludir el ataque de sus depredadores o paralizar a sus incautas presas.
Pero es que además, tal como tiene el rape, dispone de un filamento con una terminación carnosa que saliendo de su boca agita en el agua como si fuera un gusano para atraer a pequeños pececillos que forman parte de su dieta.
Como fruto de esta evolución, los peces han desarrollado unos órganos de los sentidos con características peculiares. ¿Ven bien los peces? ¿Desde que distancia ven nuestros cebos? ¿Perciben los colores? En el tema de la visión de los peces no se puede generalizar, pues este sentido se ha adaptado en cada especie al nicho ecológico, (profundidad etc,) y a sus necesidades vitales.
Se cree que la mayoría de los peces bentónicos, dada la situación de sus ojos a cada lado de la cabeza, solo perciben con nitidez y relieve, en un pequeño ángulo por delante de la cabeza que es cuando la visión es bilateral.
Se cree que, aunque perciben formas aproximadas y colores, su visión no es tan perfecta como para distinguir un señuelo de un cebo vivo. Recientemente se ha comprobado en las truchas, que la densidad de las células nerviosas receptoras de la retina (conos y bastones) formaban paquetes mucho menos densos que los presentes en el ojo humano.
De aquí deducen los científicos que la sensibilidad del ojo de este pez es 14 veces inferior al del ojo humano. Un gran pescador Jan Eggers cuenta como un gran lucio atacó el extremo de una cuerda que pendía de su bote y que se movía de un modo anormal en el agua impulsado por la corriente del río.
Otro ejemplo : En el estómago de un atún gigante apareció una pequeña y brillante lata de conserva, resto del almuerzo de un colega, que minutos antes había arrojado al agua junto a grandes trozos de alacha del brumeo.
Con todo, la experiencia nos dice que para especies como la dorada, el pescar con aparejo de 0,30 mm siempre es más productivo que el que pesca con el 0,5, luego sí que ve el sedal. Para algunos autores, aún con aguas transparentes y en fondos poco profundos, los peces no distinguirían nuestro cebo más allá de los 15 metros.
Fruto de la adaptación, los peces que cazan en superficie tienen una visión mas aguda y distinguen mejor los colores- tienen mas conos en su retina- que los que viven en la profundidad que se sirven mas del olfato y de las vibraciones que producen sus presas en su línea sensitiva lateral, que de sus ojos mas pobres en conos.
Conforme aumenta la profundidad la luz va disminuyendo. A una profundidad de 60 metros con agua clara, en un día soleado y al mediodía, me decía un submarinista, que allá abajo la luz era como la que tenemos al atardecer después de ponerse el sol. La capa fótica tiene un espesor variable que depende de la claridad del agua, y oscila entre los 15 metros en ciertas zonas costeras y los 200 metros en aguas claras en océano abierto.
La penetración de la luz varía con la concentración de plancton u otras partículas en suspensión de sus aguas.
A los 100 metros apenas hay luz por lo que los peces encuentran nuestros cebos mas por el olor y la vibración que producen los peces que están más próximos a la comida. En fondos de más de doscientos metros, pese a su adaptación y a sus ojos muchas veces más grandes, los peces no ven ya nuestro cebo.
Solamente los huelen o perciben la vibración al moverlos nosotros. De ahí la efectividad de los aparejos de pesca para estas profundidades si llevan bolitas fluorescentes o la conocida lámpara luminosa de una marca comercial que produce además vibraciones sonoras.
En cuanto a los colores, se sabe que los peces son capaces de percibirlos. Se han hecho experiencias con lenguados, capaces de cambiar el color de su piel según el color del fondo, no pudiendo hacerlo si se vendaban sus ojos. También hay experiencias de reflejos condicionados de los peces al suministrarles comida o pequeñas descargas eléctricas según el distinto color que presentaba su fuente de alimento.
Parece que el color rojo atrae a muchas especies. Se cree que sería porque ese color lo presenta también la sangre manada de peces heridos o algunos alimentos preferidos como lombrices o crustáceos. Ahora bien, se sabe que el rojo es el primero que desaparece con la profundidad, siendo el verde amarillo y naranja percibidos como tales en aguas más profundas, aunque son el azul y violeta los que mas profundamente se observan.
Así un cabracho a una profundidad de 150 m es totalmente invisible para sus presas pues su color es percibido como negruzco en la oscuridad que le rodea . Todo ello es importante a la hora de decidir el color de nuestros señuelos o los elementos o atractores que incorporamos a nuestros aparejos para despertar la atención de los peces. Personalmente he comprobado repetidamente que la incorporación en la camada de bolitas fluorescentes de color anaranjado, rojo y verdoso eran muy atractivos para la mayoría de los peces.
Es con la vista el más importante del pez para hallar su alimento. Reside en una pequeña cavidad en la parte delantera de la cabeza con dos agujeritos por los que se establece corriente de agua al desplazarse el pez. Si el agua lleva diluida pequeñas cantidades de sustancias olorosas estimulará las terminaciones sensitivas adecuadas. De ahí la importancia del grumeo y de un cebo fresco.
Hemos visto que el alcance de la vista de los peces es muy reducido. Con el olfato por el contrario, dadas las corrientes marinas, el pez puede llegar a percibir el olor del cebo a mucha más distancia
Olfato y gusto, pese a estar aislados en los peces, están interrelacionados al llegar a ambos órganos partícula diluidas en el agua aportando la misma información a su cerebro.
Parece que los peces no perciben lo dulce, por no existir ese sabor en el mar, ni tampoco lo salado dado el medio en el que están. La distinta apetencia por una sardina fresca o salada lo es solo por su diferente olor. Es curioso que algunos peces como los tríglidos como rubios y garneo dotados de unas aletas ventrales adaptadas como patas, tienen órganos gustativos en ellas. Otros como el salmonete tienen igualmente papilas gustativas en sus barbillones.
¿Oyen los peces los ruidos de a bordo? Se sabe que perciben mejor los sonidos de baja frecuencia, ruidos de motor o golpes a bordo o vibraciones no audibles para nosotros, en cambio son incapaces de percibir los ultrasonidos emitidos por nuestra sonda. Los peces no solo oyen sino que algunos incluso, como roncadores o chicharras, son capaces de emitir sonidos producidos al vibrar su vejiga natatoria. También es ésta la que al vibrar manda al cerebro la información de los sonidos transmitidos por el agua.
En la base del cráneo de los peces hay unas concreciones calcáreas llamadas otolitos que estimulan las adecuadas terminaciones nerviosas informando al pez de vibraciones, sonidos y cambio en su posición en el agua. Los distintos anillos calcáreos de los otolitos sirven a los investigadores para averiguar la edad del pez.
Aunque el medio marino transmite los sonidos más rápidamente que el aire, los atenúa rápidamente. En cuanto al ruido del motor, aunque es percibido en profundidades medias, no logra ahuyentar a los peces dada su habituación a ellos. Ahora que eso si, las vibraciones producidas por "los hierrazos" producidos por fondeos repetidos pueden hacer desaparecer, al menos momentáneamente, un buen banco de pageles que estaba divirtiéndonos con sus picadas.
Un órgano especial capaz de percibir las vibraciones de muy baja frecuencia es la línea lateral que esta formada por las terminaciones nerviosas alojadas en pequeños agujeritos situados en la piel del flanco de los peces.
Gracias a esto, los peces mantienen su posición en un gran banco girando al unísono cuando se desplazan. Este sentido semejante al del oído es importantísimo para el pez para hallar su alimento. Las anómalas vibraciones de un cebo vivo prendido por nuestro anzuelo puede así despertar a cierta distancia y en la oscuridad de las profundidades la acometividad de una gran cherna o de un terrorífico congrio.
¿Siente dolor o miedo un pez?. Aunque la facultad de sentir dolor es común a todos los animales, tenemos indicios para pensar que un pez no lo experimenta lo mismo que los hombres, en los que, además, hay para el dolor un componente psíquico.
Parece que un pescado percibe el pinchazo de un anzuelo como una simple molestia activándose solo su miedo al intentar nosotros subirlos desde el fondo. (foto desanzuelando un pagel) Prueba de ello pueden ser estos dos ejemplos. Un congrio que se nos ha escapado hace unos minutos puede abalanzarse de nuevo hacia otro cebo vivo pese a llevar el anterior anzuelo clavado en su garganta.
Hay un ejemplo clásico contado por Atkinson. Una perca a la que un pescador al dar el tirón le había arrancado gran parte de un ojo con su anzuelo, al volver a calar el aparejo mordió precisamente en ese anzuelo provisto de resto de su propio ojo. No debía tener tanto dolor como para hacer eso...
El miedo en los peces es lógicamente instintivo. Su temor es en gran parte aprendido por experiencias repetidas, por reflejos condicionados. Así los peces pequeños atacarán antes nuestro cebo que los grandes, pues aún no han tenido esas experiencias. Tenemos además a nuestro favor que un pez, grande o pequeño, cuando tiene alimento disponible, come hasta llenar plenamente su estómago pues puede que no lo haga en muchos días. El temor es también imitativo, así un banco de lisas que está comiendo nuestro cebo puede desaparecer bruscamente al salir huyendo una de sus compañeras que se acaba de soltar al subirla nosotros desde el fondo tras una dura pelea.